SCIO: Revista de Filosofía

Buscador

Sahakian, B. J. and Gottwald, J. (2017). Sex, Lies, and Brain Scans: How fMRI reveals what really goes on in our minds. Oxford: Oxford University Press.

José Manuel Hernández Castellóna


a Pontificio Instituto Juan Pablo II / Facultad de Filosofía, Letras y Humanidades de la Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir.

E-mail: jm.hernandez@ucv.es

El hecho de adentrarse en la organización funcional del cerebro humano para verlo en acción y entender los procesos mentales, así como el de tomar decisiones, ha sido algo que ha interesado desde hace cerca un siglo a los neurocientíficos. En realidad, las herramientas para mostrar el mapa de la actividad cerebral son de reciente aparición, como el de la imagen de resonancia magnética funcional (IRMf). El éxito de esta en la habilidad de estudiar el cerebro se debe a la técnica que usa: la medición de la cantidad de oxígeno en la sangre (blood oxygenation level dependent o BOLD), lo que permite mostrar en imágenes las regiones cerebrales activas (la actividad neuronal) (Burton, pp. 5-6). En Sex, Lies and Brain Scans, la neuropsicóloga Barbara J. Sahakian y la neurocientífica Julia Gottwald hacen un recorrido para mostrar las situaciones en las que la neuroimagen ha comenzado a despertar cuestiones éticas. Entre otras, ¿será lícito en el futuro el uso de la IRMf con el fin de detectar en los aeropuertos a los individuos que vayan a cometer un acto terrorista?, o ¿podrá ser una prueba determinante en un juicio?

Las autoras destacan con razón la necesidad de una discusión más profunda sobre el uso ético de la neuroimagen. Esto sucede cuando se pretende emplear como prueba en un tribunal para reducir la sentencia de un defendido (Barbara J. Sahakian, p. 64). Pero los tribunales penales prescinden de ella no solo como un detector de mentiras por la existencia de falsos negativos (p. 48), sino además porque, dicen dichas autoras después de explicar cómo la red del cerebro emite juicios morales y cómo este queda alterado en estado de demencia, la neuroimagen probablemente seguirá siendo un predictor imperfecto de la conducta delictiva ante la obviedad de que no todos los dementes cometen actos delictivos. La peculiaridad cerebral que pueda detectarse en un demente no es conditio sine qua non de haber cometido un asesinato o menos aún de que lo vaya a cometer.

El uso del IRMf en el ámbito del marketing también suscita inquietudes (cap. 7). Con el fin de mostrar cómo la actividad cerebral revela preferencias por los bienes de consumo (neuromarketing), Sahakian y Gottwald describen el estudio con IRMf realizado para saber si los consumidores prefieren Coke o Pepsi con solo probarlas, sin saber su marca. Ahora bien, las autoras advierten de que al final no es solo el sabor el factor que decide sobre la elección del refresco, por mucho de que uno sepa mejor que otro. El mero hecho de ver la etiqueta de la marca influye sobremanera por el bagaje cultural inherente a esta (Barbara J. Sahakian, pp. 106-111). Además, huelga decir que la adquisición de un producto no siempre se realiza desde el pausado y límpido razonamiento susceptible de ser medido por la IRMf. Las emociones e impulsos influyen claramente en su compra.

El debate de las autoras también se centra en el uso de la IRMf para iluminar cuestiones del ámbito de la psicología y, concretamente, con respecto al autocontrol (cap. 6). Siguiendo el mismo ejemplo que las autoras describen en su libro, ¿cómo se debería tratar a los individuos que fueran incapaces de controlar la excitación sexual y no mostraran activa el área relativa al autocontrol en la IRMf? Sin la certificación biológico-científica de un desorden, ¿serían responsables de sus acciones? (Barbara J. Sahakian, p. 88). El libro aquí ofrece una discusión profunda y notablemente justa sobre hasta qué punto las personas son capaces de autocontrolarse. Las autoras traen a colación ciertos estudios psicológicos que ponen de relieve que el control de sí mismo no es ilimitado. Se trata de los estudios sobre el llamado ego depletion (agotamiento del yo). La tesis es que, al ejercer el autocontrol en un ámbito (por ejemplo, resolver un problema cognitivo difícil), lejos de dilatarse para ejercerlo en otro ámbito, este quedaría negativamente afectado (como no resistirse a comer galletas de chocolate). De esta manera, el autocontrol tendría sus límites, del mismo modo que un músculo puede agotarse después de hacer un esfuerzo. No obstante, las autoras señalan que, si bien ciertos estudios han demostrado estos resultados con respecto al ego depletion, un ensayo a gran escala dirigido por los psicólogos Martin Hagger y Nikos Chatzisarantis no logró replicar tales conclusiones (Barbara J. Sahakian, pp. 89-90). Ciertamente, las personas no obran de un cierto modo dependiendo de cómo tengan de lleno el depósito del autocontrol, sino que también, y sobre todo, obran por motivaciones, y lo que hace que un día alguien se comporte de un modo concreto en unas circunstancias concretas puede cambiar ante las mismas circunstancias al día siguiente simplemente porque la motivación ha cambiado (pp. 92-93). En resumidas cuentas, “la neurociencia está comenzando a tocar un tema fundamental y filosófico: ¿tenemos libertad?”1 (Barbara J. Sahakian, p. 100). El hecho de responder negativamente a la pregunta sobre si es responsable de sus actos la persona que no se controla sexualmente, sin mostrar en la IRMf ningún tipo de actividad en el área cerebral relativa al autocontrol, es afirmar determinadamente que solo los sucesos biológicos son los que nos llevan a obrar como personas. ¿Qué es lo que detecta la IRMf cuando una persona hambrienta decide (con todo el peso que tiene la decisión en la moral) no comerse una hamburger bien porque está de régimen o bien porque es católica y es Viernes Santo?

Sahakian y Gottwald formulan la pregunta que da en la diana de la neuroimagen: ¿puede en realidad esta leer la mente? (Barbara J. Sahakian, pp. 13-22) (cap. 2). Las autoras describen cómo hasta ahora los datos de la IRMf han sido usados para decodificar los contenidos de los pensamientos (como las palabras vistas por un estudiante participante) y estados mentales (como las intenciones personales para llevar a cabo una acción, incluso durmiendo). Aunque tales métodos todavía no permiten a los investigadores decodificar el “lenguaje del pensamiento”, algo que es para muchos decisivo para leer la mente, es verdad que se cree firmemente en que su decodificación es una cuestión de tiempo, dado el uso cada vez mayor de métodos avanzados de aprendizaje automático. Pero yendo a la cuestión realmente importante, el libro aborda uno de los problemas fundamentales en el aún incipiente pensamiento sobre la neurociencia. A saber: la diferencia entre el cerebro y la mente. Esta diferencia es relevante para comprender las acciones de las personas, si el IRMf puede detectar el estado cerebral de, por ejemplo, un psicópata y, por tanto, determinar hasta qué punto este es responsable del crimen cometido. Si bien es verdad que el IRMf puede detectar en el psicópata algo que no detecta en la persona sana, insistimos en que nuestras acciones no son solo fruto de lo que se rastrea en la materialidad cerebral, sino también son fruto de las decisiones personales, experiencias, educación recibida o ambiente en el que uno se encuentra (Barbara J. Sahakian, pp. 65-66). Por mucho que se pueda decir “mi cerebro me obligó a hacerlo”, la vida moral y, por tanto, la responsabilidad del ser humano no viene determinada jamás solo por la actividad de un órgano (Barbara J. Sahakian, p. 12).

Además, las limitaciones metodológicas de la IRMf parecen ser obvias si con ella queremos indagar sobre qué partes del cerebro se activan cuando se piensa en situaciones morales. Esto es, ¿podemos señalar con el dedo la zona del cerebro que nos hace seres morales, personas? Demostrado por varios estudios, un área cerebral activada fue la corteza prefrontal ventromedial (zona en la toma de decisiones basada en valores). Pero esto no significa que ahí se halle el área moral, puesto que “los estudios no encontraron una única área cerebral que esté inactiva durante otros procesos”2 (Barbara J. Sahakian, p. 60). Por lo que, aunque un área esté activada cuando uno experimenta algo como, por ejemplo, satisfacción por ser responsable de los demás, esto no significa que en esa región se encuentre lo que produce la responsabilidad en el ser humano. Lo único que podemos decir con cierta seguridad es que esa área está envuelta en tal cuestión moral. De hecho, pacientes con la corteza prefrontal ventromedial dañada responden de manera diferente ante la misma situación moral (Barbara J. Sahakian, p. 61). De esta manera, justificar la complejidad del proceso moral de las personas por el simple hecho de que podamos inferir un estado psicológico (por ejemplo, miedo), a partir de la activación en una región específica del cerebro (como la corteza prefrontal ventromedial), es claramente problemático en cuanto que, como ya hemos dicho, la mayoría de las regiones del cerebro se activan en contextos diferentes. Tal “inferencia inversa”, dicen las autoras, “debe ser muy inquietante para la comunidad científica”3 (Barbara J. Sahakian, p. 114). Sin embargo, aunque en varias conclusiones se usa este mismo tipo de razonamiento para interpretar los resultados de la IRMf, no todos los resultados que ella proporciona deben ser rechazados. Como, por ejemplo, en la predicción de ventas de una canción de un cantante pop. Pero que el algoritmo del ordenador muestre que un circuito cerebral concreto puede predecir su éxito, no lleva a obsesionarnos en comprender lo que ese circuito hace en el cerebro (Barbara J. Sahakian, p. 115).

Al valorar globalmente Sex, Lies, and Brain Scans, en primer lugar, algo que destaca mucho en él es el amplio campo de investigación del comportamiento que abarca, en cuanto que tal investigación quiere avalar la solidez de la neuroimagen. Por esta razón, las discusiones sobre el autocontrol, por ejemplo, se centran principalmente en estudios psicológicos más que en imágenes cerebrales. En segundo lugar, los dilemas éticos tratados son muy interesantes, pero es probable que estos sean solo la punta del iceberg, ya que los avances aumentan cada vez más la capacidad para conocer cómo funciona el cerebro humano. La idea es que la neuroimagen un día permita una predicción precisa del comportamiento. Porque esta es la pretensión de la ciencia: hacer predecible el comportamiento del ser humano para controlarlo. En resumidas cuentas, aunque la argumentación de este libro se inclina hacia una valoración positiva sobre la IRMf (sin dejar por ello de mostrar ciertas reticencias por los resultados de los diversos estudios científicos realizados), leemos como subtítulo de su epígrafe “how fMRI reveals what really goes on in our minds” (“cómo la IRMf revela lo que sucede en nuestras mentes”). A lo que ciertamente hay que apostillar, según funciona la técnica hoy en día, que lo que revela sobre la mente humana lo hace de una manera precaria.

Referencias bibliográficas

Barbara J. Sahakian, J. G. (2017). Sex, Lies and Brain scans. United Kigdom: Oxford University Press.

Burton, R. B. (2009). Introduction to Functional Magnetic Resonance Imaging. United Kingdom: Cambridge University Press.

Notas

1 Traducción propia (“neuroscience has recently started to touch on a fundamental philosophical question: do we have free will?”).

Volver

2 Traducción propia (“the researches did not find a single brain area of morality that is not also active during other process”).

Volver

3 Traducción propia (“instances of reverse inferences may be very unsettling for the academic community”).

Volver