SCIO: Revista de Filosofía

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LA INCERTIDUMBRE EN MONTAIGNE, PASCAL Y UNAMUNO: ANGUSTIA, ACEPTACIÓN Y CERTEZA MORAL1

UNCERTAINTY IN MONTAIGNE, PASCAL AND UNAMUNO: ANGUISH, ACCEPTANCE AND MORAL CERTAINTY

Alicia Villar Ezcurraa*

Fechas de recepción y aceptación: 20 de mayo de 2021 y 20 de octubre de 2021

DOI: https://doi.org/10.46583/scio_2021.21.883


Resumen: El artículo aborda los modos de vivir la incertidumbre en el caso de Montaigne, Pascal y Unamuno, teniendo en cuenta la lectura que Pascal hizo de Montaigne y Unamuno de Pascal. Montaigne, que denunció las falsas certezas y exploró las contradicciones de la condición humana y del propio yo, finaliza aceptando la limitación y cultiva el arte de saber vivir. Pascal también exploró las ambivalencias de la condición humana, pero, a diferencia de Montaigne, considera que el ser humano no encuentra el sustento en sí mismo, de ahí su referencia a un Dios oculto, certeza incierta. Por último, Unamuno, próximo a la sensibilidad de Pascal, destacó la dolorosa incertidumbre sobre la pervivencia más allá de la muerte. Su San Manuel Bueno, mártir ilustra la apuesta pascaliana: cómo vivir procurando el cuidado y el contento de los demás, a pesar de la incertidumbre citada. En su caso, la congoja orienta su acción y le hace vivir y obrar con extrema generosidad.

Palabras clave: incertidumbre, Montaigne, Pascal, Unamuno, angustia, aceptación.

 

Abstract: The article addresses the ways of living uncertainty in the case of Montaigne, Pascal and Unamuno, taking into account Pascal’s reading of Montaigne and Unamuno’s interpretation of Pascal. Montaigne, who denounced the false certainties and explored the contradictions of the human condition and of the self, ends up accepting the limitation and cultivates the art of knowing how to live. Pascal also explored the ambivalences of the human condition, but unlike Montaigne, the human being does not find sustenance in himself, hence his reference to a hidden God, uncertain certainty. Finally, Unamuno, close to Pascal’s sensitivity, highlighted the uncertainty about survival beyond death. His San Manuel Bueno, mártir illustrates Pascal’s wager: how to live while seeking care and contentment in others, despite the aforementioned uncertainty. In her case, it distresses her, guides her action and makes her live and act.

Keywords: uncertainty, Montaigne, Pascal, Unamuno, anguish, acceptance.


a Departamento de Filosofía y Humanidades. Facultad de Ciencias Humanas y Sociales. Universidad Pontificia Comillas.

* Correspondencia: Universidad Pontificia Comillas. Facultad de Ciencias Humanas y Sociales. Calle Universidad de Comillas, 3. 28049 Madrid. España.

E-mail: avillar@comillas.edu

§1. Introducción

La incertidumbre es una palabra que ha cobrado realidad desde que el último año una pandemia inesperada cambió nuestra forma de vivir y se llevó por delante la vida, la salud y la economía de millones de personas. La cuestión de la incertidumbre siempre ha captado la atención de los autores atentos a la fragilidad y finitud de los seres humanos; es el caso de Montaigne y Pascal en los orígenes de la Modernidad, y de Miguel de Unamuno, lector de Pascal, cientos de años después.

Si comenzamos con la significación del término, hay que recordar la definición de la incertidumbre como “lo que carece de conocimiento seguro y claro de algo”, y que conlleva temor de errar2. Sinónimos de incertidumbre son dubitación, indecisión, irresolución, inseguridad. ¿Conlleva la incertidumbre solo oscuridad, temor, incluso angustia? ¿Implica necesariamente irresolución e indecisión? Hay distintos modos de afrontar la incertidumbre y referida a cuestiones esenciales obliga a plantearse la escala de valores y la orientación de la acción. Montaigne y Pascal, como “hombres de carne y hueso”, vivieron radicalmente la ambivalencia de la condición humana y se sinceraron sobre el modo de afrontar las dudas sobre el sentido de la existencia. Mientras que la Modernidad impulsada con Descartes aspiró a una filosofía de la certeza, Montaigne y Pascal representaron distintos modos de afrontar la finitud, en el primero primando la perspectiva secular, en el segundo la perspectiva religiosa y espiritual, el hombre sin Dios o con Dios, que dirá Pascal. Ambos autores subrayaron la inseguridad, la ambivalencia y el claroscuro de la condición humana, ejemplificando la angustia ante la finitud o su aceptación. Terminaré con una referencia al modo de vivir la incertidumbre en un espíritu afín a Pascal: Miguel de Unamuno y su novela San Manuel Bueno, mártir. Ahí Unamuno testimonia su particular forma de entender a Blaise Pascal y su argumento de la apuesta sobre la existencia de Dios y la inmortalidad del alma, la suprema incertidumbre. Mientras que, para Montaigne, a pesar de su escepticismo, la condición humana es susceptible de plenitud, para autores como Pascal y Unamuno, calificados como trágicos, nuestra vida se asienta en una incertidumbre radical sobre la finalidad del universo, la existencia de Dios y la inmortalidad del alma, frente a lo hay que tomar postura para orientar la acción.

§2. Montaigne: la aceptación de la incertidumbre y el arte de vivir

Destacaré tres aspectos o planos: la incertidumbre reflejada en la misma forma de expresión de sus Ensayos (Montaigne, 2008), la incertidumbre referida a la condición humana y el conocimiento del yo y, finalmente, la vida práctico-moral como límite de la incertidumbre.

Comenzaré con una cita de Plinio que Montaigne incluye en una de las vigas de su estudio y que resume muy bien su espíritu: “Solo es cierto que nada es cierto y nada es más miserable y orgulloso que el hombre” (Historia natural). ¿Cómo aplica Montaigne esta cita a su propia vida? ¿Hasta qué punto mantiene su actitud escéptica extrema? ¿Cómo vive la incertidumbre y la finitud?, ¿con angustia o con aceptación?

La vida y época de Montaigne estuvo marcada por las guerras religiosas y también por la peste3. Cuando quiso permanecer recluido en su castillo leyendo a los clásicos y escribiendo, se vio forzado a abandonar sus planes para ejercer las funciones de alcalde de Burdeos, o mediar en diversos conflictos político-religiosos. Sin duda, experimentó en sus propias carnes que no se puede controlar todo en la vida.

La experiencia de la incertidumbre se recoge en el mismo título de su obra: Ensayos, una forma de escritura idónea para expresar su filosofía del sujeto, un escepticismo pirrónico reinventado por él y que resume en su lema, “¿qué sé yo?”, acuñado en una medalla, para constante recordatorio. Lejos de los antiguos Tratados y los Diálogos, el ensayo connota tentativa, experimentación. Ensayar es probar, intentar. Sin orden ni plan prefijado, abandonándose a la escritura espontánea, Montaigne expresa sus incertidumbres, reflejando en la forma el fondo: duda4, digresión5, apertura. De hecho, Montaigne revisa incansablemente sus escritos, y solo al final confesará: “Añado, pero ya no corrijo” (2008: Ensayos III, 9). Los Ensayos inauguran un nuevo modo de reflexión individual, vinculado a las condiciones sociales y biográficas de cada uno (Raga, 2021).

Cuestionando las falsas certezas, Sócrates será uno de los autores más citados, y al final de muchas de sus reflexiones Montaigne añade con frecuencia un “pero no sé”. Todo ello hace que su pensamiento sea móvil, paradójico, personal y temporal, que registre los cambios de opiniones ajenos y propios, describiendo con mil historias la diversidad de costumbres que revelan un aspecto particular del ser humano, los numerosos prejuicios y la tendencia a condenar lo que nos resulta extraño.

2.1 Análisis de la condición humana y conocimiento de sí mismo

En su descripción de la condición humana Montaigne destaca la fragilidad, la diversidad y la relatividad, en contraste con la vanidad y presunción de los seres humanos, y en ello Pascal le seguirá. ¿Es todo ello fuente de incertidumbre o es un ejercicio de lucidez? ¿Cómo es posible vivir flotando entre pareceres diversos?6

Sin duda, la fragilidad, la diversidad, la inestabilidad, todos ellos rasgos constitutivos de la condición humana, favorecen la incertidumbre. Montaigne recuerda que no podemos escapar del todo a nuestra perspectiva, solo podemos andar con nuestras propias piernas, afirma, y se esfuerza por salir del propio mundo e imaginar puntos de vista ajenos, consignando los cambios incesantes en costumbres y opiniones, que perfilan un mundo en perenne agitación, “un columpio en perpetuo movimiento” (Montaigne, 2008: Ensayos III, 2). Coherente con ello, Montaigne analiza su interior y registra sus propios cambios y sus pensamientos vacilantes, flotantes. No le interesa la generalidad abstracta, sino lo particular (Brahami, 1997: 101). Dada la vanidad, presunción e inconstancia humana, la diversidad de reacciones7, ¿cómo conocerse a sí mismo y a los demás? ¿Qué se esconde debajo de la imagen que se proyecta a los demás? Montaigne desconfía de aquellos que colocan al ser humano por encima de su condición real, como también afirmará Pascal, y “en lugar de transformarse en ángeles, se transforman en bestias, en lugar de alzarse, se abajan” (Montaigne 2008: Ensayos III, 13). Recuerda que hasta el final de nuestros días somos vulnerables, y la vida del hombre más virtuoso y heroico puede trucarse en un día, mostrando su cobardía o una muerte vergonzosa. Por eso, Montaigne aconseja esperar hasta el último momento, el de la muerte, para enjuiciar la vida de un ser humano.

En su intento de explorar el yo, inicialmente Montaigne no encuentra claridad, ni estabilidad, sino que experimenta desasosiego, inquietud, incluso en algún momento angustia. Reconoce que su espíritu es como un caballo desbocado, “engendra quimeras y monstruos, sin orden ni concierto y para contemplarlos a sus anchas comienza a registrarlos” (Montaigne, 2008: Ensayos I, 8)8. Como indica Ch. Taylor, en su descripción de sí mismo no intenta buscar lo edificante (2006: 250), sino describir la realidad cambiante de un ser, él mismo, en un ejercicio de lucidez. El conocimiento de sí mismo sirve para constatar nuestras debilidades, y así en cierto modo las mitigamos (Llinás, 2013). Montaigne no adoctrina, confiesa su confusión y perplejidad en el conocimiento de sí. Así, crítico de la presunción, convierte a la sinceridad en una cualidad esencial en tiempos de incertidumbre, lo que después Kierkegaard llamará autenticidad, fidelidad a sí mismo, rechazando el engaño y al autoengaño. Montaigne ejerce la autocrítica precisamente en el capítulo sobre la presunción:

No sólo me afectan los accidentes exteriores, sino que además yo mismo experimento alteración y mudanza por la inestabilidad de imposición; y quien detenidamente se examine encontrará que el mismo estado de espíritu rara vez se repite de nuevo. Yo imprimo a mi alma a un aspecto, ya otro, según el lado a que la inclino. Si de mí mismo hablo unas veces de diverso modo que otras, es porque me considero también diversamente. Todas las ideas más contradictorias se encuentran en mi alma, en algún modo, conforme a las circunstancias y a las cosas que la impresionan: vergonzoso, insolente; casto, lujurioso; hablador, taciturno; laborioso, negligente; ingenioso, torpe; malhumorado, de buen talante; mentiroso, veraz; sabio, ignorante; liberal, avaro y pródigo; todas estas cualidades las veo en mí sucesivamente, según la dirección a que me inclino. Quien se estudie atentamente encontrará en sí mismo y hasta en su juicio igual volubilidad y discordancia (Montaigne, 2008: Ensayos II, 1).

Considera que quien no confiesa sus vicios es que aún está en ellos, y el más enfermo es quien menos siente los males del alma. Al sacarlos a la luz podemos arrancarlos del fondo de nuestro pecho (Montaigne, 2008: Ensayos III, 5). Se ve a sí mismo como un hombre corriente, con sus luces y sus sombras. Por ejemplo, reconoce su falta de memoria, su pereza y falta de diligencia en resolver o terminar las tareas que le requiere el gobierno de su hacienda, pero también su trato amable y carácter sociable.

Con respecto a mí mismo, diré que es muy difícil, a lo que creo, que nadie se considere menos, y hasta que nadie me considere menos de lo que yo me considero. Me incluyo en la clase más común y ordinaria de los hombres, y lo que me distingue acaso es la confesión sincera que de ello hago. Sobre mí pesan los defectos más comunes y corrientes, pero ni dejo de reconocerlos, ni tampoco de buscarlos excusa, y me justiprecio sólo porque conozco lo que valgo (Montaigne, 2008: Ensayos II, 17).

Lo que le distingue de la clase más común de los hombres acaso sea la confesión sincera que de ello hace. Esa vida, “baja y sin lustre”, ofrece luz en la oscuridad, en la medida en la que “cada hombre lleva en sí la forma entera de la condición humana” (Montaigne, 2008: Ensayos III, 2). Charles Taylor (2006) destaca cómo, en el caso de Montaigne, el autoconocimiento se convierte en la clave indispensable de la autoaceptación, lo que contribuyó de forma decisiva a la comprensión que hoy tenemos del yo, de nuestra propia identidad.

2.2 La vida práctico-moral

¿Es posible mantener ese escepticismo extremo? El límite de la suspensión del juicio está en la vida práctico-moral9. Ahí Montaigne no duda, aunque en ocasiones confiese que debido a la incertidumbre encomendaría al juego de los dados la decisión que tomar, lo que recuerda al posterior argumento de la apuesta de Pascal:

La incertidumbre de mi juicio se encuentra tan en el fiel de la balanza en la mayor parte de los asuntos que me acaecen, que encomendaría de buena gana su decisión al juego de los dados; y advierto, considerando con ello nuestra humana debilidad, los ejemplos que la historia sagrada misma nos ha dejado de la costumbre de encomendar a la suerte o al azar la determinación en el elegir las cosas dudosas… (Montaigne, 2008: Ensayos II, 17).

Sin aspirar al heroísmo, en un siglo convulso Montaigne optó por conservar la humanidad incluso en situaciones inhumanas, como destacaba Stefan Zweig (2008)10, que en su último escrito detallaba su admiración por el autor de los Ensayos. El escritor francés odia la crueldad11 y apuesta sin dudar por la moderación, la responsabilidad, la prudencia y la tolerancia. Reivindica el partido de la justicia y la honradez, concluyendo que:

en medio de la incertidumbre y perplejidad que nos acarrea la impotencia de ver y elegir lo que nos es más ventajoso, a causa de las dificultades de los diversos accidentes y circunstancias que acompañan a cada causa que nos solicita, aun cuando otras razones no nos invitaran a ello, es importante encaminarse a la solución que presuponga mayor justicia y honradez, y puesto que el verdadero camino se ignora, seguir siempre el derecho... (Montaigne, 2008: Ensayos I, 23).

Montaigne cree en la fides, la fidelidad de la palabra dada, base del trato entre seres humanos (Maclean, 1996):

dado que nos entendemos por la única vía de la palabra, si alguien la falsea, traiciona la sociedad pública. Es el único instrumento por medio del cual se comunican nuestras intenciones y nuestros pensamientos, es el intérprete del alma. Si nos falla, dejamos de estar unidos y dejamos de conocernos entre nosotros. Si nos engaña, destruye toda nuestra relación y disuelve todos los lazos de nuestra sociedad (Montaigne, 2008: Ensayos II, 18).

En resumen, el límite de su relativismo y escepticismo son esas certezas morales, esas virtudes que representan la “moral del hombre honesto”, una ética de mínimos, según la expresión de Adela Cortina (2000), una ética secular, rica en humanidad, mientras que Pascal y Unamuno aspirarán también a una ética de máximos, ejemplificada en el ideal cristiano y el ideal heroico. En el caso de Montaigne, a su ética de mínimos, con los años se suma el arte de saber vivir12. Con la moderación y la prudencia, busca el punto medio entre dos extremos: rigorismo y desenfreno, haciendo habitable el mundo exterior e interior a pesar de sus múltiples fracturas. La costumbre, impulsos e instintos le guían y contrapesan la incertidumbre. Alejándose de los extremos, cumple las leyes del país en el que le ha tocado vivir. Amante de la naturalidad y la libertad, acepta con tolerancia que somos frágiles y no podemos tener todo bajo control. Por ello es conveniente mantener unos hábitos lo suficientemente flexibles, como para plegarse a las exigencias de cada momento.

Para Montaigne, la fe en Dios y la naturaleza son fuerzas consoladoras que tanto nos conceden sus dones como nos los arrebatan, mezclando dolor y placer, gracia y castigo (Maclean, 1996). Califica a la naturaleza de madre y a Dios de padre, sin quejarse de que nos resulten incomprensibles, pues son fuerzas ocultas que el hombre solo conoce por la imagen que fabrica según su propia medida. Su potencia infinita es fértil, diversa, variada, múltiple. En definitiva, explorando el alcance de la transitoriedad, sin olvidar las fuentes epicúreas, estoicas y cristianas13, Montaigne llegará a aceptar los límites de la condición humana, disfrutando de lo bueno de la vida con plena atención al presente, confiando en la naturaleza, que no es exacta, pero es generosa y sobreabundante.

Es comprensible que fuera admirado por Nietzsche, que lo calificó de espíritu libre y vigoroso, pues su sabiduría alegre y sociable14 recuerda a la gaya ciencia15. Al final de su vida, Montaigne confiesa que es una perfección absoluta disfrutar de nuestro propio ser correctamente y atenernos a lo que somos. Su empirismo vitalista es capaz de juzgar con prudencia y moderación, aunque no conciba con suficiente claridad (Brahami, 1997: 108). Su propósito difiere por completo del cartesianismo que aspira a una ciencia del sujeto en su esencia general; en cambio, Montaigne aspira a identificar al individuo en su esencia irrepetible, en su propia originalidad y diferencia. Mientras que Descartes exige una desvinculación de la experiencia habitual, Montaigne quiere que nos vinculemos más profundamente a nuestra particularidad y cotidianidad (Taylor, 2006; Raga, 2021). Charles Taylor señala que estos dos modelos han estado enfrentados hasta la fecha. A ello se suma un nuevo modelo, el de Pascal, para quien el “yo” resulta odioso en su excesiva atención a sí mismo y olvido de los demás. Sigue la estela de Agustín, y trata de buscar a Dios a partir del análisis de la propia imperfección.

§3. Blaise Pascal: de la incertidumbre a la decisión y el compromiso práctico-moral

Como hemos visto, en Montaigne predomina la moral secular. A pesar de su fideísmo y de que haga profesión de fe cristiana, a diferencia de Pascal no desciende a analizar sus contenidos, ni siquiera en el capítulo dedicado a la muerte. La naturaleza y la fortuna terminan siendo un referente mucho más presente que la Providencia (Brahami, 1997).

En cambio, Pascal, como Unamuno, es un sentidor de los problemas esenciales y su tono al describir las contradicciones humanas es muy distinto al de Montaigne, que las contempla con indulgencia. Montaigne se asombra, Pascal se duele de las contradicciones humanas y califica a Descartes de “inútil e incierto”16. Así describe con desgarro el sentimiento del vacío y la necesidad de una verdad y certeza plena que escinde y angustia al alma humana e impulsa a buscar un apoyo que no se encuentra en sí mismo. Calificando al ser humano de “cloaca de incertidumbre”, “inciertos y flotantes”, como también observaba Montaigne, para Pascal “ardemos en deseos de encontrar un asiento firme y una última base constante para edificar sobre ella una torre que se alce hasta el infinito”, pero en realidad “todo nuestro fundamento cruje, y la tierra se abre hasta los abismos” (L. 199). Pascal explicará esta escisión en clave teológica, denunciando la ceguera de quien se considera el rey de la creación e ignora sus propios límites. Coincide en muchos momentos con la descripción de la condición humana realizada por Montaigne, pero sus trasfondos son muy distintos. Por una parte, su carácter de científico innovador le hace defender el papel de la razón y la experiencia, frente al dogmatismo y el criterio de autoridad, pero no idolatra el saber, pues sabe que las verdades de la ciencia son parciales y no son capaces de satisfacer los deseos de bien y verdad plena que anhela el alma humana. Advierte: la verdad sin la caridad no es Dios y es un ídolo que no hay que adorar17. Por otro lado, su modo apasionado de vivir el cristianismo y el ideal de perfección moral que conlleva es el trasfondo esencial y la clave de interpretación de su filosofía, de modo que su antropología se ilumina con su teología y espiritualidad18. Para Pascal, la verdad plena y el bien supremo solo está en Dios, de ahí que se oriente como si en ello le fuera la vida a la búsqueda ese Dios que se esconde, y solo a algunos, misteriosamente, en ocasiones se desvela. El ser humano, monstruo incomprensible, resulta inconcebible a sí mismo sin la ayuda de la fe. Si en el estado de gracia es elevado por encima de toda la naturaleza y partícipe de la divinidad, en el estado de pecado es semejante a las bestias.

Pascal valoraba a Montaigne por su capacidad de abajar al ser humano de su vanidad, minando la presunción que hace igualarse a Dios. En este punto, su identificación con Montaigne es tal que se ve obligado a precisar: “No es en Montaigne sino en mí donde encuentro todo lo que veo en él” (L. 689). Sin embargo, le reprochaba al menos dos cosas:

Considera que Montaigne, que se burla de todas las certidumbres –porque fuera de la fe todo se halla en la incertidumbre–, se olvida de que esa duda extrema resulta artificial. No puede existir un perfecto pirroniano, pues ¿dudará de si sueña, de si duda?, ¿dudará de si es? (L. 131). La naturaleza, nuestro instinto e intuición, sustenta a la razón impotente, observa Pascal. Es lo sentido por el corazón, el fondo indiferenciado de la persona, que “tiene razones que la razón no conoce” (L. 423), frase que se incluye como anotación en el mismo manuscrito del argumento de la apuesta.

Por otra parte, en su Conversación con el Señor de Saci, Pascal advierte que Montaigne actúa de hecho como un pagano, sigue las opiniones comunes y las costumbres del propio país porque le resulta más cómodo (Pascal, 2006: 41-43)19. La fe dolorosa de Pascal, como la llamaba Unamuno, es consciente de los enigmas y riesgos de la existencia y se aleja de la tranquila instalación y aceptación de la finitud que se contenta con la moderación. Montaigne se declara católico, pero efectivamente se refugia en el fideísmo y no ahonda en ninguna cuestión que atañe a la fe20. Aunque odia la superstición y no se entrega a la irreligión (ibíd., Libro III, 1272), no ahonda en las ideas cristianas que no aparecen ni siquiera al abordar el tema de la muerte. La palabra fortuna se repite mucho más que providencia. Habla de continuo de muertes nobles, las de Sócrates y Catón, pero no menciona la de Jesucristo.

Para Pascal, tanto los escépticos, en particular Montaigne, como los estoicos, como Epicteto, toman la parte por el todo. Epicteto solo ve grandeza en el ser humano, Montaigne, solo debilidad, lo que puede llevar a la apatía o a la desesperación, de ahí que a su juicio resulte perjudicial para los que tienden a la impiedad (Pascal, 2006: 55-57). A diferencia de Montaigne, para Pascal es preciso ponerse en claro sobre lo que creemos.

Kolakovski observaba que para Pascal la condición humana, contradictoria y paradójica, con sus miserias y sus grandezas es ininteligible y carece de sentido a menos que se vea a la luz de la historia sagrada: creación, pecado, redención (Kolakovski, 1999: 203). Las opciones admisibles solo serían dos: o un mundo dotado de sentido y finalidad, guiado por Dios, arruinado por los hombres, sanado por el redentor o mediador; o un mundo absurdo que no va a ninguna parte y termina en nada21. Pascal además fue más lejos, señala Kolakosvki, pues defendió que optar por Dios era razonable en términos prácticos morales (1999: 204). No es posible la postura pirrónica, abstenerse: en nuestra vida hay que elegir de continuo, decidir. “Estamos embarcados”, dirá (L. 418), vivir es comprometerse en una o en otra dirección, optar por otorgar una finalidad al universo, añadirá Unamuno. Ambos saben que la certeza del creyente no puede expresarse en un lenguaje que cumpla los requisitos del discurso científico, lo que no implica que no se pueda dar ninguna razón de ello. No hay modo de evitar la elección entre una vida basada en la creencia en Dios y la inmortalidad del alma y una conducta que suponga su ausencia. Como en todo juego de azar, el riesgo es cierto y la ganancia incierta. Las palabras certidumbre e incertidumbre recorren el eje central del argumento22, el fragmento Infinito/Nada (L. 427), en el que se detalla el salto de la incertidumbre lógico-racional, a la opción y decisión en el plano vital y moral: hay que comprometerse y merece la pena otorgar un sentido y una finalidad trascedente a la vida. Dado que la razón no puede resolver el asunto, la perspectiva contemplada por Pascal es la felicidad: al apostar por Dios podemos ganar una vida infinita de felicidad. Actuando como si Dios existiera y de acuerdo con la moral cristiana, se salvarán los obstáculos que alejan de Dios, renunciando a un amor a sí mismo desmedido, ciego ante el ser universal, y descubriendo que al renunciar al exceso de las pasiones y al egoísmo no se ha perdido nada. Su postura implica el credo ut intelligam, pues el aparente absurdo del destino humano adquiere sentido a la luz de la revelación. Nada perdura sin Dios y la caridad.

Así, a Pascal no le basta la moral del hombre honesto representada por Montaigne, aspira al orden del amor y a la caridad, el ordo amoris de Agustín, orden del corazón, que apunta al centro y el fondo indiferenciado de la persona, y que es distinto del orden de la razón. Cuerpo, espíritu (inteligencia) y voluntad son tres órdenes distintos que pueden ser orientados hacia Dios definiendo tres modos de creer: costumbre, razón, inspiración (L. 808)23. Los dos primeros órdenes son naturales, mientras que el segundo es sobrenatural. Frente a los estoicos, Pascal, quien piensa que el ser humano puede ser perfectamente virtuoso por sí mismo y alcanzar por sí solo directamente a Dios, ni conoce a Dios ni lo que es un ser humano. Como para Agustín24, la conversión verdadera consiste en anonadarse ante ese ser universal, y reconocer que sin Él no se puede nada (L. 378). Sin la conciencia de la propia miseria, el ser humano rinde culto a un yo imaginario y crea nuevos absolutos, ídolos que nos apartan del Dios, el Bien Supremo. Así, el descenso a los infiernos que supone el enfrentarse a los abismos de la vanidad, presunción y miseria se purifica por la conciencia de la propia debilidad, y la apertura a un Dios que sostiene, perdona e impulsa al amor y al perdón. Mientras la conciencia de la miseria inculca desesperación y el orgullo presunción, el orden del amor y la esperanza que alimenta la vida espiritual25, infunden confianza en el otro y en uno mismo en su justa medida, permiten sobreponerse al miedo o a la inacción que provoca la incertidumbre, y en definitiva restaura la unidad perdida. Este es el eje central de los fragmentos de los Pensamientos, y es precisamente el orden del amor el que prevalece también en Unamuno, más allá de su forma agónica de vivir la suprema incertidumbre.

§4. Miguel de Unamuno y la suprema incertidumbre

Unamuno confesó su afinidad con Pascal en numerosas ocasiones26. Muestra una similar extrañeza por aquel que no se plantea la finalidad del universo, nuestro destino mortal o inmortal. Es la suprema incertidumbre, el misterio de la esfinge. O todo o nada repite en numerosos escritos, en paralelo a la alternativa Infinito-Nada del argumento de la apuesta de Pascal. Si del todo nos morimos, ¿para qué todo?, se pregunta insistentemente Unamuno, pero si la verdad racional no es consuelo de vida, el padre de la congoja nos ofrece el amor de esperanza.

Lejos del fideísmo de Montaigne, Unamuno reconoce que no puede tener fe de carbonero quien no lo es, y no quiere callar lo que otros callan, de ahí que explore el irreconciliable conflicto entre la razón y el sentimiento vital. Unamuno se proyectaba en su particular Pascal, a quien veía como “un pobre espíritu martirizado por la obsesión de su destino”27. Lector de William James, Unamuno destaca la importancia de las consecuencias prácticas de una toma de postura y del querer creer28. Como Pascal, para Unamuno creer en Dios es sentir hambre de Dios, querer que Dios exista para salvar la finalidad del universo. Querrá derivar de su sentimiento trágico de la vida una ética y hasta una estética, que se plasma en una de sus novelas más logradas, a juicio de buena parte de especialistas29, San Manuel Bueno, mártir, una historia que revela cómo de una incertidumbre dolorosa puede brotar una entrega generosa a los demás.

La novela narra una vida que oculta esa escisión dolorosa entre todo o nada, encarnada en su personaje de Don Manuel, párroco del pueblo de Valverde de Lucerna, al pie del lago de Sanabria. Don Manuel, sentido como santo por todo el pueblo, esconde la tragedia de quien oculta su falta de fe sobre nuestro destino más allá de la muerte, por amor a su pueblo. Pues su pueblo, vulnerable y necesitado de apoyo, vive y se consuela con su “fe de carbonero”. Toda la atención de don Manuel se centra en ellos, los que más sufren, los más necesitados, también de paz y consuelo.

Recordaremos la historia narrada por Ángela que, a instancias del Obispo que se propone instruir el proceso de beatificación, describe la historia del párroco de su pueblo. En la novela se distinguen tres personajes: el párroco, Ángela y Lázaro. Gregorio Marañón añadía un cuarto: Blasillo (1959: 161). Don Manuel desborda su compasión en caridad, de ahí su apelativo de “Santo”. Es un sacerdote que enseña a creer a todo un pueblo y sin embargo “no cree, o no sabe si cree, o no sabe si lo que cree es o no es fe”, observaba Marañón (1959: 163). En la primera parte de la novela, Ángela detalla todas las bondades de Don Manuel, los motivos que explican que todos le consideren santo: es bueno, generoso, trabajador, ayuda a todos en cuanto puede, participa a fondo en la vida del pueblo, se une a sus alegrías, haciéndose presente en las fiestas y bailando con ellos, y también los sostiene en las penas, acompañando a los enfermos y moribundos; en definitiva, consuela a todos, sin juzgarlos. Sufriendo con ellos, los compadece y ama espiritualmente. Por ello mismo, Don Manuel, cuando celebra la misa, al rezar al unísono el Credo llega a la parte de: “creo en la inmortalidad de las almas y la vida perdurable…”, calla y se zambulle, como en un lago, en la voz del pueblo (Unamuno, 1996a: 1142).

Don Manuel aprecia a todos, pero en especial a dos personajes que se diferencian del resto. Son Blasillo y Lázaro. Blasillo, el tonto del pueblo, y Lázaro, hermano de Ángela, instruido y descreído, quizá el más listo. Precisamente, el párroco se hará amigo de Lázaro, y le dejará adivinar su secreto: su falta de fe que oculta para no perturbar el contento y la paz de su pueblo. La presencia de Blaise Pascal se refleja no solo en el nombre del personaje Blasillo, como ya observó Antonio Sánchez-Barbudo (1980)30, sino también en un pasaje central de la novela, a mi juicio el más significativo, incluido aproximadamente en la mitad del relato (Villar, 2020). Se trata del diálogo de Lázaro con su hermana Ángela, después de que esta crea que finalmente se había convertido, Lázaro le cuenta que Don Manuel le había recomendado que “fingiese creer si no creía”, desvelando su secreto en un pasaje que evoca el texto del argumento de la apuesta de Pascal y excusa la larga cita que sigue. Lázaro cuenta a su hermana Ángela:

Como Don Manuel le habría venido trabajando…, para que fingiese creer si no creía, para que ocultase sus ideas al respecto, mas sin intentar siquiera catequizarle, convertirlo de otra manera.
–¿Pero es eso posible? –exclamé, consternada.
–¡Y tan posible, hermana, y tan posible! Y cuando yo le decía: “¿Pero es usted, usted, el sacerdote, el que me aconseja que finja?”, él balbuciente: “¿Fingir? ¡Fingir, no! ¡Eso no es fingir! Toma agua bendita, que dijo alguien y acabarás creyendo”. Y como yo, mirándole a los ojos, le dijese: “¿Y usted celebrando misa ha acabado por creer?”, el bajó la mirada al lago y se le llenaron los ojos de lágrimas. Y así es como le arranqué su secreto.
–¡Lázaro! –gemí
Y en aquel momento, pasó por la calle Blasillo el bobo, clamando su “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?” Y Lázaro se estremeció creyendo oír la voz de Don Manuel, acaso la de Nuestro Señor Jesucristo.
–Entonces –prosiguió mi hermano– comprendí sus móviles y con esto comprendí su santidad…lo hacía por la paz, por la felicidad, por la ilusión si quieres, de los que le están encomendados... Me rendí a sus razones y he aquí mi conversión (Unamuno, 1996a: 1141).

Conversando con su hermano, Ángela comprende el sacrificio y martirio de Don Manuel y también el de su hermano: su heroísmo consiste en que los dos antepondrán el contento y la paz del pueblo, a comunicar su falta de fe sobre la pervivencia, la disolución racional que lleva al fondo del abismo. Su conducta será la mejor prueba de su anhelo supremo. El perpetuo combate con el misterio de nuestro destino final se convierte en base de moral, dando paso a la verdad cordial y la prueba moral de la inmortalidad: “obrar de modo que sea nuestra aniquilación una injusticia”, como se detalla en el capítulo XI de su obra Del sentimiento trágico de la vida.

Para Pascal y Unamuno, solo por la fe se conoce la existencia de Dios y la inmortalidad del alma, pues por la razón no podemos determinarnos. Es preciso apostar a favor o en contra de la existencia de Dios, sopesando la ganancia y la pérdida en cuanto a la felicidad. Desde esta óptica, Pascal estima que, si ganamos, ganamos todo y si perdemos, no perdemos nada. Si no se puede creer, aunque se quiere, y no se sabe el camino, hay que hacer como si se creyese, siguiendo las Escrituras y: “tomando agua bendita, haciendo decir misas, etc.”. Naturalmente eso mismo os hará creer y os embrutecerá”, reconoce Pascal, entendiendo por tal la creencia por hábito o costumbre de la que habla en otros fragmentos. La lógica racional se retira ante el misterio y el anhelo de un Dios cordial. A la espera de la fe, que es un don de Dios, actuar como si se creyese implica ser moralmente “fiel, honrado, humilde, agradecido, benefactor, amigo, sincero, veraz…”. Está convencido de que la acción moral que implica creer en Dios nos hace mejores, unidos, hermanos, y ello es un bien en el que todos ganan.

Don Manuel quiere creer en la pervivencia, pero no puede y actúa como si creyera. Parece seguir casi todas las consignas citadas por Pascal en su argumento de la apuesta: es fiel, honrado, humilde, agradecido, benefactor y buen amigo, pero el amor incondicional que siente por su pueblo le lleva a sacrificar la sinceridad/veracidad. Así, sale ganando en esta vida, entregándose heroicamente a su pueblo, aunque no haya alcanzado la certeza y la fe anheladas. Al hacer feliz a los demás, se funde en la vida del pueblo, “como el lago espeja el cielo”. Con ello reivindica la vida cotidiana y las costumbres. Ángela reconoce que, con ello, Don Manuel le enseñó a vivir, “a sentir la vida, a sentir el sentido de la vida, a sumergirnos en el alma del pueblo de la aldea”. Y así ganó a Lázaro con la verdad de muerte “a la razón de vida”; así ganó a Ángela, que comprendió la lección de su maestro y le enseñó a mantener la esperanza y a vivir con y para los otros (1966a, 1152). Por ello no desveló el “santísimo juego” de Don Manuel, el juego al que Pascal se refería en su fragmento sobre el argumento de la apuesta (Infinito-Nada, L. 418)31.

En el prólogo de la edición de 1932, precisaba Unamuno que Don Manuel buscó salvar su personalidad en la de su pueblo en un martirio quijotesco (1966a, 1123). El sacrificio de la veracidad convertirá al bueno y santo de don Manuel en mártir en aras de la felicidad de sus prójimos.

Advertía Pascal: “Sólo la religión cristiana hace al hombre amable y feliz conjuntamente, solo con la honestidad no se puede ser amable y feliz conjuntamente” (L. 426). El párroco siente que confesando su incertidumbre el pueblo no viviría feliz, pues estima que la vida es insufrible sin la esperanza de otra. Es el más honesto y amable, es santo, pero ríe por fuera y llora por dentro32. Sus llantos no son los “llantos de alegría” que Pascal recogía en su Memorial, sino los de aquel que quiere que Dios exista, que ha obrado conforme a tal deseo, pero no logra le fe anhelada en la inmortalidad del alma. Pascal anotaba en el margen del manuscrito del argumento de la apuesta que la fe es distinta de la prueba, es un don de Dios, Dios sensible al corazón, no a la razón (L. 424). En la novela, prevalece una verdad: la caridad33, el orden del amor que permite que el pueblo viva en “unanimidad de sentido” (1966a, 1142).

En realidad, Unamuno no vivió la incertidumbre del mismo modo que Pascal. En Don Miguel predomina el desgarro, la incertidumbre vivida como una ruptura que sutura con el amor a la vida y la entrega generosa a los demás. Unamuno se reconoció en Pascal pero olvidó la certidumbre repetida en su Memorial, la experiencia misteriosa34 que genera paz y profunda alegría, el momento de revelación, de gracia, de gratuidad.

§5. Consideraciones finales

Lo que acerca a los tres autores a sus lectores fue su capacidad para expresar con toda su amplitud, en el caso de Montaigne, y con toda su profundidad en el caso de Pascal y Unamuno, su modo de vivir y de resistir la incertidumbre a la que quisieron otorgar sentido desde una moral secular o un planteamiento religioso, “haciendo de la necesidad virtud”, ocasión de crecimiento. Sus escritos no adoctrinan, testimonian sus experiencias vitales.

Para terminar, quisiera recordar que Flaubert recomendaba leer a Montaigne: “os tranquilizará”, y que Zweig lo consideraba hermano y consuelo, pues su pensamiento libre e independiente, honesto, dispuesto a reconocer un error cuando lo ha cometido, resulta beneficioso para los que tratan de mantener fidelidad a su yo más íntegro en medio del caos. Por su parte, Pascal y Unamuno no buscarán tranquilizar a sus lectores, más bien inquietarlos para buscar respuesta ante la incertidumbre más radical y comprometerse en la conquista del ideal. Unamuno quiso poner vinagre en las heridas del alma, pues, como Pascal, consideraba que los grandes avances en materia científica no bastan si la humanidad no avanza desde el punto de vista moral. En el caso de Pascal, el cristianismo atraviesa todos los estratos de su pensamiento; en el de Unamuno, el tema de la pervivencia después de la muerte. Su congoja se orienta a revisar la propia vida y escala de valores, buscando las vías para hacer realidad el ideal práctico-moral, y una vida más plena, actuando de modo que no merezcas morir, y haciendo que la acción sea la prueba de la teoría.

Explicitar y afrontar la incertidumbre nos lleva a evitar el autoengaño, derribar la presunción, aceptar la fragilidad humana y acentuar la interdependencia y la necesidad de ayuda mutua. Los tres autores, ahondando en los riesgos e incertidumbres que atraviesan la vida humana, exploraron con lucidez sus sombras y enigmas consustanciales, primando las certezas práctico-morales, la ética de mínimos (Montaigne) o de máximos (Pascal y Unamuno). Montaigne testimonia el arte de vivir, asumiendo la fragilidad y la incertidumbre (Comte-Sponville, 2009); Pascal y Unamuno, no solo la angustia, sino también el orden del amor. Son agónicos, pero también contemplativos. En tiempos de oscuridad, los tres invitan a preservar el yo y la integridad, sin perder el alma; recuerdan que no estamos en el centro, sino que somos partes interdependientes de un Todo, al que atender y cuidar. No es poco en tiempos de crisis, recios, en tiempos de incertidumbres.

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Notas

1 El contenido de este artículo fue expuesto con algunas variaciones en las XXV Jornadas de Filosofía Comillas: Pensar la incertidumbre, celebradas en Madrid el 15 de abril de 2021 y será publicado posteriormente como capítulo de libro.

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2 Según la definición completa del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española del término certidumbre: “conocimiento seguro y claro de algo. La mente no teme errar en su firme adhesión a algo cognoscible”. <https://dle.rae.es/certidumbre>. Incierto es lo no seguro, dudoso, desconocido, no sabido, ignorado, no verdadero (<https://dle.rae.es/incierto?m=form>).

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3 Vivió la peste que asoló a la ciudad de Burdeos, lo que le hizo mantenerse fuera de la ciudad durante meses.

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4 Montaigne colecciona dichos e historias de personajes de la Antigüedad, pero al mismo tiempo se pregunta si recopilarlos le lleva a avanzar en algo.

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5 “Desparramando aquí una frase, allá otra, como partes separadas del conjunto, desviadas, sin designio ni plan, no estoy obligado a ser perfecto ni a concentrarme en una sola materia; varío cuando bien me place, entregándome a la duda y a la incertidumbre, y a mi manera habitual, que es la ignorancia…”, sobre “Heráclito y Demócrito” (Montaigne 2008: Ensayos I, 50).

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6 “Flotamos entre pareceres diversos; nada queremos libremente, absolutamente, constantemente” en “Inconstancia e inestabilidad” (Montaigne, 2008: Ensayos II, 1).

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7 En el primer capítulo del libro I, se pregunta qué es más recomendable para obtener clemencia, si mostrarse fuerte y orgulloso o pedir piedad. La diversidad de casos que aprende de la historia impide encontrar una regla fija, y no hay recetas que aseguren el camino que hay que seguir.

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8 “Veo que como un caballo desbocado, mi espíritu se lanza con cien veces más fuerza a la carrera por sí mismo... Y me alumbra tantas quimeras y monstruos que para contemplar a mis anchas su extrañeza he empezado a registrarlos…” (Montaigne, 2008: Ensayos I, 8).

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9 Como destaca J.L. Llinás (2020) uno de los tópicos interpretativos de los Ensayos es el de considerarlos como una obra de filosofía moral. Sobre el tema véase los artículos incluidos en el mismo libro de Ulrich Langer, “Montaigne y la filosofía moral” (pp. 135-158), y de Thierry Gontien, “Prudencia y sabiduría en Montaigne” (pp. 159-178).

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10 Confiesa que cuando leyó a los veinte años a Montaigne no lo comprendió; pasados los sesenta admiró su integridad en una época de horror.

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11 Lo que acerca a Montaigne a su lector es su humanidad, pues ante las incertidumbres que acechan a la condición humana, extrema la sensibilidad ante los sufrimientos.

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12 Su objetivo es vivir y regocijarse. No desdeña el placer que puede encontrar y huye de los dolores más leves (Montaigne, 2008: Ensayos III, 5).

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13 Como señala F. Brahami, el vitalismo de Montaigne es radical: la alegría es la perfecta salud del cuerpo y el alma. La vida encuentra sus normas mediante la costumbre, fuera de las costumbres no hay más que indeterminación (1997).

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14 Sobre la lectura de Montaigne por parte de Nietzsche, destacan los trabajos de Andler (1958) y Gagnebin (1954).

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15 La expresión “vivir con alegría” se repite a lo largo del tercer libro de los Ensayos, que discurre sobre el disfrute de la vida y la importancia del cuidado del cuerpo y la salud. Abundan los términos jouir y jouissance, y considera la virtud una cualidad grata y alegre. Tolerar es también soportar, soportar la incertidumbre que requiere paciencia. Así también se resume en la inscripción de otra de las vigas de su estudio: “Vivir con poco y no sufrir ningún mal. Es duro, pero la paciencia vuelve más ligero aquello que no puede corregirse” (Horacio, Odas).

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16 Véase el fragmento L. 1001 y también el L. 84 y el L. 553. Seguimos la numeración de los fragmentos de Louis Lafuma que se incluye en la edición de los Pensamientos de las ediciones de Gredos (2012) y Tecnos (2019). No se desarrolla aquí el contraste entre Pascal y Descartes abordado en el artículo de Villar (2010).

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17 “De todos los cuerpos e inteligencias juntos no se podría obtener un impulso de verdadera caridad, es imposible y de otro orden, sobrenatural” (L. 308).

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18 L. Susini destaca cómo el fruto antropológico de los Pensamientos parece haberse desprendido del árbol que los había producido (2012). Para el conjunto de los escritos espirituales de Pascal véase: Pascal, B. (2020). Escritos espirituales y Resumen de la vida de Jesucristo. Madrid: Tecnos.

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19 Como es sabido, en enero de 1655, unas semanas después de la llamada “segunda conversión”, Pascal realizó un retiro en el Monasterio de Port-Royal y sus conversaciones mantenidas con el Señor de Saci fueron recogidas en el escrito con dicho nombre.

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20 A título de ejemplo, Montaigne confiesa que la variedad de costumbres y creencias que se oponen a las suyas le instruyen más que le contrarían, pues el entendimiento se extravía cuando trata de comprender y hablar sobre cosas divinas. No comprende el deísmo, que pretende hacer pasar a Dios por nuestro tamiz; menos aún aprueba el ateísmo, principio desnaturalizado, mantenido por vanidad y rebeldía en “Apología de Ramón Sebond” (Montaigne, 2008: Ensayos II, 12).

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21 Cfr., entre otros, el fragmento L. 427.

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22 “Porque de nada sirve decir que no es seguro que ganaremos y que es seguro que arriesgamos, y que la infinita distancia que hay entre la certidumbre de lo que exponemos y la incertidumbre de lo que ganaremos iguala al bien finito que exponemos seguramente con el bien infinito que es inseguro. La cosa no es así. Todo jugador arriesga seguramente para ganar con inseguridad, y sin embargo arriesga seguramente lo finito para ganar inseguramente lo finito, sin pecar contra la razón. No hay infinitud de distancia entre esta certidumbre de lo que se expone y la incertidumbre de la ganancia: esto es falso. Hay en realidad infinitud entre la certidumbre de ganar y la certidumbre de perder, pero la incertidumbre de ganar está proporcionada a la certidumbre de lo que se arriesga según la proporción de las probabilidades de ganancia y de pérdida, y de ahí viene que si hay tantas probabilidades por un lado como por otro, la solución es jugar igual contra igual. Y entonces la certidumbre de lo que exponemos es igual a la incertidumbre de la ganancia, por muy alejada que esté. Y así, nuestra propuesta tiene una fuerza infinita cuando hay que arriesgar lo finito en un juego en que existen iguales probabilidades de ganancia y de pérdida, y en que lo que se puede ganar es lo infinito” (L. 427).

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23 Para un desarrollo de la significación de los tres órdenes, véase Villar (2021). La espiritualidad de Pascal. Los tres órdenes de realidad: cuerpo, espíritu, caridad. Thémata. Revista de Filosofía (63), 132-153.

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24 Sobre la recepción de San Agustín por parte de Pascal destacan los estudios de Sellier (1995). Pascal et Saint Augustin. Paris: Alban Michel; y posteriormente, “Pascal et Saint Augustin: Théologie et Anthropologie”, en: Sellier, P. (1999). Port-Royal et la literature, I. Pascal. Paris: Honoré Champion.

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25 Como San Pablo indica (Rom 4, 18). “Esperando contra toda esperanza, Abrahám creyó y llegó a ser padre de muchas naciones”.

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26 Para un desarrollo de este tema, véase el artículo de Villar, A. (2009). Unamuno y su lectura de Pascal: el sentimiento trágico de la vida como principio de acción solidaria. Cuadernos de la Cátedra Miguel de Unamuno (47), 69-98. Disponible en: <https://dialnet.unirioja.es/servlet/revista?codigo=1542>.

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27 Carta a Gutiérrez Abascal de 8 de octubre de 1898, en: Unamuno, M. (1986). Cartas íntimas. Epistolario entre Miguel de Unamuno y los hermanos Gutiérrez Abascal. Bilbao: Eguzki, p. 102.

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28 La lectura de William James The Will to Believe y Varieties of Religious Experience es central para comprender la relación entre fe y voluntad en Miguel de Unamuno.

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29 Destacan entre otros Julián Marías y Francisco Ayala.

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30 También Campos Fuentes, M.ª C. (2007). “Pensées” de Pascal en “San Manuel Bueno, mártir” de Unamuno. Hispanófila (149), 17-26. Sobre la relación del pensamiento de Unamuno en general con el de Pascal, véase: L. Robles (2002). Unamuno y la fe pascaliana. Cuadernos de la Cátedra Miguel de Unamuno (37), 115-124. N. R. Orringer (2006). Pascal, portavoz de Unamuno y clave de la agonía del cristianismo. Cuadernos de la Cátedra Miguel de Unamuno (42, 2), 39-73. M. A. Nuñez Rivero (1985). Verdad religiosa frente a verdad de razón. Un estudio comparativo entre Blaise Pascal y Miguel de Unamuno. Anales del Seminario de Historia de la Filosofía V. Universidad Complutense, Madrid. J. López-Morillas (1961). Unamuno y Pascal. Notas sobre el concepto de agonía. Intelectuales y espirituales. Madrid: Revista de Occidente. M. García-Alós (1980). Pascal en Unamuno. Revista Atlántida (VIII), pp. 81-92.

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31 A mi juicio, este es el secreto de Don Manuel, su particular juego y apuesta: actúa santamente, conforme a la caridad cristiana, haciendo todo como si creyese y “embruteciéndose”, según el sentido del texto en Pascal, actuando como si creyera por costumbre, como una máquina. De ahí que Unamuno represente a Blasillo, el bobo, idiota, como el eco de Don Manuel, que quisiera poder creer en la vida futura. Sin la fe, desde el punto de vista humano, solo cabe para Pascal y para Unamuno querer creer y actuar como si se creyera.

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32 Ángela se pregunta qué es creer y hasta dónde llega la duda y el engaño. Quiere creer que don Manuel se acongojaba “porque no podía engañarse para engañarme”, y ella también duda hasta el extremo de preguntarse si Dios, por algún extraño designio, hizo que Don Manuel y Lázaro se creyeran incrédulos, y acaso próximos a la muerte se les cayó la venda. Cuando Don Manuel enferma, pide a Ángela que rece por él, y confiesa que esta vida es insufrible e intolerable sin la esperanza de otra.

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33 Pascal advertía: “Se hace un ídolo de la misma verdad, pero la verdad fuera de la caridad no es Dios y es su imagen un ídolo al que no hay que adorar, y menos a su contrario, que es la mentira” (L. 926).

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34 En el Memorial, Pascal indica: “Certidumbre, certidumbre, conciencia, alegría, paz”.

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