SCIO: Revista de Filosofía

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Feltz, B., Missal, M. and Sims, A. (eds.) (2020). Free Will, Causality, and Neuroscience. Leiden/Boston: Brill.

Nieves Gómez Álvareza


a Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación de la Universidad Europea de Madrid.

E-mail: marianieves.gomez@universidadeuropea.es

Esta obra colectiva está compuesta por ocho contribuciones de autores distintos, pertenecientes a diversas universidades europeas y americanas, los cuales exploran la relación entre el libre albedrío, la causalidad y la neurociencia desde tres perspectivas: la intención y la conciencia, el análisis de los experimentos Libet y la relación entre la causalidad y el libre albedrío.

Los temas que se refieren a la relación mente/cuerpo han atravesado la historia de la filosofía y se encuentran en autores tan dispares como Platón, Aristóteles, Descartes, Spinoza, Kant, Sartre y Merleau-Ponty; pero en todos ellos está presente la idea de que el lenguaje y la capacidad de dotar sentido es fundamental. Los recientes descubrimientos en neurociencia han contribuido a proporcionar nuevos argumentos en esta cuestión clásica, y han mostrado que no es solo un asunto filosófico.

Los nuevos datos neurocientíficos han conducido a la gestación de una corriente que niega el libre albedrío, considerando que este es una mera ilusión, como es el caso de Daniel Wegner, dedicado a la psicología cognitiva y estudioso de los experimentos Libet, o de Henri Atlan, que se decanta por una interpretación neospinoziana del comportamiento humano, marcado por el determinismo.

Pero el hecho es que una acción tan cotidiana como el uso del lenguaje muestra que el ser humano sí posee libre albedrío, ya que en él entran en juego las emociones, el estado fisiológico, la autobiografía y la memoria implícita, además de las circunstancias concretas del momento en que se habla.

La filosofía moderna y parte de la contemporánea tienen una larga tradición de puesta en cuestión e incluso de negación del concepto de causalidad, como muestran las posiciones de David Hume o de Bertrand Russell. Pero la cuestión es que el concepto de causalidad es central en la noción del libre albedrío, pues son las decisiones libres del individuo las que causan el comportamiento, si el humano tiene libre albedrío. Dentro del siglo xx, la propia noción de causalidad se ha visto influida por la física y por la psicología, con figuras como Max Born y Albert Michotte. Como se verá, en el siglo xx hay notables aportaciones filosóficas, como la de Habermas.

En la primera parte, dedicada a la intención y la consciencia, Andrew Sims y Marcus Missal analizan en su artículo “Perceptual Decision-Making and Beyond: Intention as Mental Imagery” la teoría causal de la acción o CTA –por sus siglas en inglés–. Se muestra, además, por parte de Markus Schlosser, la teoría del sistema dual y el papel de la consciencia en la acción intencional, basada en los sistemas o procesos mentales que se utilizan en psicología cognitiva y social para explicar la cognición humana: el sistema 1 se caracteriza por procesos que son rápidos, sin esfuerzo, automáticos y conscientes, como sería el caso de los juicios, el reconocimiento de las caras y las expresiones faciales y las relaciones emocionales; mientras que el sistema 2 sería aquel ligado a los procesos que son lentos, deliberados, controlados y conscientes, como los que entran en juego en los razonamientos conscientes y deliberados, la solución de problemas nuevos y difíciles y el ejercicio del autocontrol. Aunque la noción de intencionalidad no tiene un papel teórico importante en esta estructura, algunos investigadores la identifican con las acciones controladas conscientemente. De manera que se plantean algunas cuestiones de interés, como, por ejemplo, si la consideración filosófica de la acción intencional es compatible con la teoría del sistema dual y, si es así, cómo podría la teoría del sistema dual contar con una acción intencional.

Para finalizar esta primera aproximación, Eddy Nahmias, Corey Hill Allen y Bradley Loveall se preguntan cuándo los robots tienen libre albedrío, en un artículo que constituye una exploración sobre la consciencia y el libre albedrío. Su cuestión es si, en el caso de llegar a un punto en que los robots fuesen tan perfectos que realizaran las tareas humanas, ¿les atribuiríamos juicio moral? Se hace alusión a la figura del willusionist, aquel que defiende que el libre albedrío es una ilusión y que esto estaría demostrado científicamente, teniendo esto la consecuencia palpable de que la voluntad consciente no causaría nuestras acciones. El artículo muestra que esta es una posición contraintuitiva, pues la mayoría de las personas apoyan la idea de que una condición esencial para el libre albedrío es la capacidad para experimentar emociones conscientes; la cuestión está en que los teóricos no ofrecen una explicación adecuada a cómo se establece esa conexión. Pero incluso en la ficción se apunta a esta verdad, en películas como Blade Runner, AI y West-World, donde se muestra a robots complejos, capaces de sentir y expresar emociones y de ocuparse de sí mismos o de otros.

En la segunda parte se hace un análisis de los experimentos del estilo Libet, nombrados así por el neurocientífico Benjamin Libet, quien en los años ochenta situaba a algunos sujetos sentados frente a un reloj, pidiéndoles que flexionasen sus muñecas cuando quisieran, acordándose de memorizar el momento de su decisión; adicionalmente, Libet usaba el electroencefalograma para observar la actividad eléctrica de la mente de los sujetos, y llegó a la conclusión de que la mente del sujeto iniciaba constantemente sus acciones 350 milisegundos antes de que fueran conscientes de su decisión; es decir, que el sujeto no iniciaba libremente el movimiento de flexionar la muñeca. Parece una conclusión contundente, sin embargo, posteriores experimentos, realizados a partir de 2009, como muestran Alfred Mele, en “Free Will and Neuroscience: Decision Times and the Point of No Return”, y László Bernáth, en “Why Libet-Style Experiments Cannot Refute All Forms of Libertarianism”, en los que se utilizaron electroencefalogramas, así como imágenes de resonancia magnética, podrían superar las conclusiones de Libet. Algunos de esos experimentos fueron los realizados por Chun Siong Soon, y estaban centrados en la observación de regiones específicas del cerebro. Bernáth se pregunta cómo sería una combinación del experimento Libet y del experimento Milgram, donde se pidió a ciertos individuos que diesen descargas eléctricas a personas a las que se les planteaba preguntas cuando fallasen. Como es sabido, estas personas eran actores y fingían recibir los shocks eléctricos, pues el objetivo del experimento era en último término mostrar hasta qué punto los sujetos eran capaces de pasar por encima de sus propios parámetros morales.

Por su parte, Sofia Bonicalzi, en “Actions and Intentions”, presenta una perspectiva constructiva sobre cómo la filosofía y la neurociencia cognitiva podrían mejorar nuestra comprensión de la acción intencional, por lo que abandonaban algunos elementos de la teoría causal en favor de una comprensión más articulada de los procesos voluntarios.

La parte tercera, dedicada a la causalidad y el libre albedrío, se abre con una reflexión de Anna Drozdzewska sobre lo mental, lo físico y lo informacional: los seres humanos compartimos la experiencia de que nuestras intenciones y decisiones impactan en nuestra vida y, sin embargo, en las décadas recientes, se han planteado desde dos ángulos distintos dos posiciones respecto al libre albedrío: en primer lugar, si es posible que esté dado por la naturaleza determinista del universo, y en segundo lugar, si las conclusiones de los experimentos científicos pueden realmente mostrar que las intenciones no son causales y que, por lo tanto, el ser humano no es libre. El objetivo del artículo es argumentar cómo la causalidad se puede comprender como una transferencia de información y esto podría evitar los errores de las aproximaciones actuales.

Finalmente, el artículo de Bernard Feltz y Olivier Sartenaer, “Free Will, Language, and the Causal Exclusion Problem”, se pregunta por la interesante cuestión del origen de la causalidad mental y explora la posibilidad de que esta proceda de las formas complejas del lenguaje. En este sentido, los autores analizan la aportación del premio nobel en 2006 Eric Kandel, quien mostró que hay evidencia de dos tipos de aprendizaje en el comportamiento, siendo uno a corto plazo y otro a largo, y estando el primero ligado a un aumento de la liberación de glutamato en la hendidura sináptica, de tal manera que la sinapsis se hace más sensitiva y conduce a una estimulación más rápida de la neurona motora. Por su parte, el aprendizaje a largo plazo implica una modificación anatómica de la sinapsis, lo cual envuelve síntesis de proteínas; también implica liberación de glutamato, pero tiene lugar en una escala de tiempo mucho más larga.

A su vez, Kandel hace referencia a los experimentos de Thomas Ebert, realizado en la Universidad de Constanza, donde se comparaban los cerebros de profesionales de la música con personas que no lo eran, los cuales mostraron que el área del córtex relacionado con los dedos de la mano izquierda estaban muy extendidos en un rango de proporción de 1 a 5 en los cerebros de los músicos –y no lo estaban en los de los no músicos–, es decir, que cada cerebro integra la experiencia vital de cada individuo. Otro premio nobel, Gerald Edelman, llegó, con su concepto de “cartografía global”, a la misma conclusión: la estructura del cerebro es el resultado de la historia personal de cada persona.

Feltz y Sartenaer analizan asimismo las aportaciones de Jürgen Habermas acerca del lenguaje. Este filósofo ha enfatizado que la cognición humana envuelve dos dimensiones: la lingüística y la social. Habla también de la “mente subjetiva” y la “mente objetiva”, siendo la primera el conocimiento colectivo preservado de forma simbólica (referido a saberes como la gramática, la lógica, la semántica, los sistemas de significación culturalmente compartidos) y el segundo el dedicado a una actividad individual. Desde la filosofía, Habermas habría fundamentado la hipótesis de que la mente objetiva, ligada a las reglas que estructuran el lenguaje, podría tener un efecto estructurante en la propia mente.