SCIO: Revista de Filosofía

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LA UNIDAD DEL SABER EN JOHN HENRY NEWMAN

THE UNITY IN THE KNOWLEDGE IN JOHN HENRY NEWMAN

Francisco Javier Aznar Sala1

Resumen: John Henry Newman (1801-1890) ha sido una figura relevante dentro del mundo religioso y universitario, no en vano se trata de una autoridad eclesial y académica de perenne referencia cuando se quiere hablar de educación superior. Todas y cada una de sus ideas han ido jalonando el ideario de lo que ha de ser una universidad que se precie en llamarse católica, pues supo darle el toque de calidad que una universidad de este nivel ha de poseer en sus estudios. Para Newman la unidad de vida es algo sustantivo de la cultura católica y esta línea de actuación fue la que guió sus pasos cuando recibió el encargo en 1851 de fundar la Universidad Católica en Dublín. El mundo universitario representa para el cardenal Newman la totalidad del saber sin exclusión alguna. Su legado no muere y se presenta en pleno siglo XXI como una de las referencias más adecuadas para entender el quehacer universitario en todos sus ámbitos.

Palabras clave: Newman, Ciencias, Verdad, Universidad, Filosofía.

Abstract: Undoubtedly John Henry Newman (1801-1890) was an important and relevant figure in the religious and university world. Not in vain, he is an ecclesial and academic authority and a perennial reference when it comes to talking about higher education. Each and every one of his ideas has been marking out the ideology of what a university that prides itself on calling itself Catholic should be, because he knew how to give the glimpse of quality that a university of this level must have in its studies. For Newman, unity of life is something substantive of Catholic culture, and this line of action was what guided his steps when he was commissioned in 1851 to found the Catholic University in Dublin. For Cardinal Newman, the university world represents the totality of knowledge without any exclusion. His legacy is still alive and it is presented in the XXI century as one of the most appropriate perspectives to understand university work in all its areas, be it Catholic ideology or other types of inspirations.

Keywords: Newman, Sciences, Truth, University, Philosophy.

1. INTRODUCCIÓN

John Henry Newman (1801-1890), nacido en Londres, de inicial confesión anglicana fue con posterioridad un converso al catolicismo (1845). Tal y como señalan algunos de sus biógrafos más sobresalientes, destacó desde la infancia por su excelsa virtud de vida y, además, se caracterizó por “ser un niño con gran imaginación, lo que posibilitó que consiguiera ser uno de los alumnos más brillantes del Colegio de Ealing entre los años 1808 y 1816” (Ker, 2010a:128). Un talento que le condujo de forma inexorable a las más prestigiosas universidades del momento como Oxford o Cambridge (Morales, 2010). Parece lógico pensar que “su notable erudición no pasara inadvertida a los más doctos del momento” (Pascual, 2019: 16). Se trata en definitiva de un gran hombre que deja una marcada impronta a su paso y así lo atestigua el filósofo francés Jean Guitton (1901-1999) en uno de sus últimos escritos, hablando de los altos ideales que el futuro santo tuvo siempre en mente: “Comprendo muy bien el grito de Newman: ¡Be my soul with de Saints! «¡Que mi alma esté con los santos!». Personas con la capacidad de ir cada vez más allá y alcanzar hasta la pureza del amor” (2004: 113-114).

Después de su tránsito del anglicanismo al catolicismo, recibió el nada fácil encargo de levantar la Universidad Católica de Irlanda (Athié, 2005), dado que los alumnos irlandeses de credo católico tenían que estudiar en centros que, bien por su neutralidad religiosa o por su confesionalidad abiertamente anglicana, resultaban a la postre dañinos para la fe de estos jóvenes y todo lo que se refería a su proceso de formación: “El Newman que había luchado por preservar el anglicanismo de Oxford luchaba ahora por crear un Oxford católico”(García-Ruiz, 2020: 191). El presbítero londinense que fuera una figura señera del llamado movimiento de Oxford buscaba ahora un estilo universitario que siguiera el exitoso modelo de la prestigiosa Universidad católica de Lovaina. Este modelo belga se distinguía por la harmonía del saber humano y teológico en un mismo conjunto unitario de diálogo interdisciplinar.

La idea de una Universidad que no orillara la presencia de la Teología y que tendiera puentes en aras a la relación de todas las ciencias entre sí, era su modelo y su propuesta más clara. Partía de la premisa de que en un mundo creado por Dios nada podría hallarse en el plano físico que fuera contrario a la doctrina de la Iglesia (García-Ruiz, 2020). En la mente de Newman la misión de toda universidad debería ser, por definición, la de expandir la cultura intelectual y nunca renunciar a la búsqueda de la Verdad en mayúsculas (Athié, 2017: 33). Tal perspectiva es la propia de una educación liberal (liberal education) que consiste en un tipo de destrezas muy concretas: “distinguirse tanto de la educación eclesiástica como de la educación simplemente utilitaria, técnica y especializada” (Newman, 2011: 10). Lo que buscará desde el inicio es una vía intermedia entre un modelo y otro, y a la que no respondían en su momento las universidades de corte anglicano que enseñaban en sus aulas a los alumnos católicos irlandeses, pues “allí estaban para formar católicos; para crear gentlemen ya estaban todos los internados del Imperio” (García-Ruiz, 2020: 191). Como se puede desprender de su actitud ante el saber, su naturaleza era la de un intelectual abierto al diálogo en todo momento, también con aquellos que pensaran de forma distinta, pero que buscaran la Verdad.

La educación para Newman tenía que estar centrada en el conocimiento y las ciencias, todo ello en conexión con el saber teológico, con tal de evitar la indiferencia religiosa que –según su parecer– era una forma de incultura. Además, busca en todo instante conocer los vastos caminos del mundo de la ciencia para acrecentar y enriquecer el posible dialogo Ciencia-Fe. No pretende, en ningún caso, que se desprenda la idea de que este modelo busca que la religión controle jerárquicamente las demás ciencias, pues estas tienen su propio ámbito e independencia, pero sin que se caiga en la tentación de que estas den la espalda al diálogo y enriquecimiento mutuos (Athié, 2018: 22). Con esta intención escribió una serie de sermones y discursos que posteriormente han visto la luz y que hablan de esta necesaria relación con el título de “La fe y la razón: quince sermones predicados ante la Universidad de Oxford (1826-1843)” (Newman, 1993).

Tal propuesta significó la continuación de su trabajo iniciado en Oxford, pero con una diferencia crucial en este periodo, esta vez contaba con el respaldo de la Iglesia católica (Luque, 1995). A partir de entonces buscará ese equilibrio que faltara en los centros de estudios de Oxford de corte anglicano llevados a cabo por la London University o por el Queens’s Colleges de Irlanda. Deseó en todo momento que el fiel laico pudiera dar razón de su fe y que las dos ciudades famosas por la razón y por la creencia: Atenas y Jerusalén, estuvieran unidas en un mismo quehacer científico en los planes de estudios (Athié, 2003: 285). De esta forma respondía y aportaba la solución definitiva a aquella primera diatriba que en el siglo III formulara Tertuliano (150-225):

La postura negativa con respecto al pensamiento griego parte de la consideración de que la filosofía pagana no puede aportar nada a la fe cristiana. El autor más radical en este sentido es Tertuliano (150-225), que formuló su famosa y conocida frase: « ¿Qué tiene que ver Atenas con Jerusalén? ¿Qué concordancia puede haber entre la Academia y la Iglesia? ¡Fuera con todos los intentos de producir un cristianismo mezclado con doctrinas estoicas y platónicas y una composición dialéctica!» (Udias-Vallina, 2009: 65).

Esta perspectiva sugería que la teología no necesitara del auxilio de la filosofía y mejor prescindir de ella para no albergar confusiones que procedieran del paganismo (Tertuliano, 2015). En cambio, para Newman, la concordancia entre Atenas y Jerusalén, entre ciencia, filosofía y teología, era necesaria para enriquecer el abanico del conocimiento. No en vano, un prestigioso sociólogo contemporáneo concluirá respecto a la necesidad de edificar un colegio católico que pudiera realizar ese camino de diálogo en el que Newman pensó, lo siguiente:

La minoría católica, o más bien primariamente la jerarquía eclesiástica irlandesa, sospechó de este proyecto de cristianización [respecto del modelo anglicano] y de la «Biblia protestante», rechazó tal proyecto y estableció su propio sistema de escuelas católicas separadas, precisamente, como un instrumento de americanización y homogeneización católica, como un tipo de melting pot étnico católico” (Casanova, 2012: 144).

La Iglesia católica, a través del arzobispo católico de Armagh en Irlanda del Norte, Paul Cullen, pretendía desarrollar un modelo de saber que devolviera el amor por la sabiduría en su conjunto, sin acotar ni delimitar ciencias que por la propia naturaleza de la Universidad demandaban ser tenidas en cuenta relacionalmente por lealtad al saber universal. Se trataba de establecer las bases de un saber aristocrático inspirado bajo la custodia del Espíritu Santo y que necesitaba su espacio o su lugar en el mundo académico (Benítez y Albornoz, 2020: 268). El enfoque inicial que Newman pretende darle al nuevo modelo universitario católico va más allá de la perfección, pues pretende ser un saber que nutra el deseo de servicio social a los alumnos que lo reciben.

En este sentido, “Newman tenía grandes ideas sobre educación y capacidad organizativa” (García-Ruiz, 2020: 187). La idea era formar personas distinguidas que con su sabiduría y hondura humana pudieran servir más y mejor a un mundo que los necesitaba, es la orientación hacia un perfil de alumno gentleman. Personas preparadas para ejercer un liderazgo en el espacio público y que gobiernen lo mús justamente posible a un conjunto de ciudadanos. Por eso mismo se dijo de él que “la misión particular que le encomendó Dios garantizaba que John Henry Newman perteneció a todas las épocas, a todos los lugares y a todos los pueblos” (Juan Pablo II, 2001), pues su finalidad era la de construir una sociedad mejor desde la formación del alumnado en una perspectiva de servicio social.

De este modo, la propuesta newmaniana va tomado cuerpo en Europa y esta concepción universitaria, donde la dimensión espiritual era imprescindible, fue acogida como referencia del modelo moderno de hombre cristiano y ciudadano ejemplar. En la década de los años cincuenta del siglo pasado, tanto en Alemania como en los Estados Unidos, arraiga esta propuesta en relación a la unidad del saber profano y religioso de forma conjunta. La realidad social estaba cada vez más secularizada y se hacía necesaria una educación que diera respuesta a este nuevo desafío y a las necesidades reales de sus alumnos. No obstante, Newman no diseña un plan de estudios donde se parta de cero, sino que se inspira en el modelo universitario que floreciera en el Medievo y en la fecunda unidad de saberes. No en vano en el Medievo el saber se dividió en dos grandes campos: filosofía y teología, desde donde emanaban el resto de ciencias. Un prisma que partía desde los conocimientos divinamente revelados y, otro, que nacía de los conocimientos humanos acerca de la naturaleza y de una posible Teología Natural:

El Dios que debe ser estudiado en las aulas universitarias es aquel al que ha tenido siempre acceso el ser humano con su razón natural, que los pensadores medievales situaban en el ámbito de los llamados preambula fidei. También, desde el punto de vista de la formación religiosa que puede ser impartida en la Universidad, Newman defiende el uso de la razón y las herramientas que ésta otorga para fundamentar la propia fe, ya que para él la fe posee un componente intelectual, no racionalista, por el que se llega a conocer una realidad concreta (Rumayor, 2019: 328).

2. EL SABER UNIVERSITARIO EN LA EDAD MEDIA. ANTECEDENTES DEL PLANTEAMIENTO DE NEWMAN

Este bloque procura recorrer el camino escolástico que la Universidad Medieval iniciara en un diálogo fecundo de razón y fe. No en vano, se trata de un camino que Newman retomó y que inspirara su modelo universitario. Se caracterizó en su momento por la búsqueda de la finura intelectual, donde los principales saberes del momento se aunaban con una única finalidad: acercarse lo más posible a la verdad desde los distintos prismas y disciplinas. Este estilo universitario fue inaugurado por Pedro Abelardo (1079-1142) que, a su vez, propicia un vigoroso movimiento intelectual que se traduce en múltiples universidades que enseñan con elocuencia los saberes de la época, con un método que va de la filosofía a la teología y el resto de saberes estructurados. No se trata de una serie de saberes fragmentados, donde cada uno por su camino buscara alcanzar sus propias metas y objetivos, sino que todos quedaban al servicio de una misma meta como era la de acotar la Verdad desde las posibilidades que ofrecía el conocimiento racional al que acudía en auxilio el saber revelado. No en vano, este fue el empeño de Santo Tomás de Aquino (1224-1274) y su gran legado que culminara en la gran obra por él escrita: Summa Theologica (1265-1274).

El saber escolástico se asentaba sobre los grandes pensadores de la filosofía clásica, de modo que no se percibía una ruptura con el pasado sino una línea de continuidad que iba en pos de una ciencia cada vez más elevada. La filosofía griega aportó conceptos que le eran necesarios al saber teológico. El modelo epistemológico de la universidad escolástica se centraba en la construcción de un edificio del saber que aglutinara todas y cada de las ciencias en un fructífero diálogo. Con esta intención se habilitaron espacios donde los debates entre las distintas disciplinas que concurrían en un mismo espacio se sucedían de forma ordinaria para hallar puntos de conexión. Los debates comenzaban con la irrupción de la dialéctica aristotélica en las escuelas carolingias y alcanzaron su plenitud en los siglos XI y XII. Es más, esta metodología escolástica trajo pareja una identidad metodológica y una forma de entender la ciencia del momento que ayuda a este necesario diálogo entre las diversas disciplinas:

1. El objetivo del saber intelectual y moral se basaba en alcanzar la sabiduría.

2. Para alcanzar la sabiduría el diálogo con la filosofía era necesario y esta debía servirse de los instrumentos que estaban a su alcance.

3. La certeza de que la Revelación impulsaba los distintos saberes a sus cuotas más elevadas era un lugar común entre los más eruditos.

Se entendía que las cosas del mundo estaban ordenadas a un fin que las causaba y no había división entre el Creador y lo creado. El verdadero despliegue del saber del siglo XII se produce cuando entran en contacto los distintos saberes y es posible relacionar los diversos ámbitos de la fe y la razón por medio de la dialéctica. Todo el saber conocido hasta el momento entra en coloquio con el saber revelado de Dios y con toda la doctrina que de esta revelación dimana. Desde la tradición, el saber teológico encuentra los fundamentos adecuados para construir todo un entramado epistémico, como bien sabe Newman e intenta reproducir en su edificio intelectual o modelo universitario: “Uno pone el fundamento, y otro edifica encima; uno nivela la montaña, y otro coloca «la piedra angular»” (2005: 75). Lejos de aparecer el mundo de la ciencia natural como paralelo al mundo de la fe, existe entre ellos una transitividad que se encuentra presidida por la unidad fundamental de todo conocimiento en Dios y que da sentido a la unidad natural de las facultades cognoscitivas en el sujeto. La Revelación y la acción de la razón pueden recaer sobre idénticos contenidos, pero sus respuestas son necesariamente complementarias. Por ello Newman resulta el modelo acabado de este necesario modelo que enriquece el saber:

En su origen, en la universidad Medieval, en el avance de los diferentes grados que en ella se obtenían, se encontraba implícito el desarrollo del conocimiento de una determinada ciencia y también el crecimiento en la capacidad de comunicarla con éxito a los alumnos, las palabras «maestro» y «doctor» eran intercambiables por la de profesor. Por eso en el modelo de universidad que defiende Newman un profesor debe ser un auténtico maestro, gran conocedor de un área de conocimiento. Para él no puede existir un buen docente sin un compromiso claro con el estudio constante y la investigación rigurosa. No puede ser de otro modo, ya que un académico investigando contrasta y refresca sus conocimientos, lo cual le facilitará, junto con el desarrollo de habilidades propias de la docencia, oratoria, didáctica, etc., la posibilidad de exponer brillantemente los temas a sus alumnos (Rumayor, 2019: 324).

El pensamiento universitario del momento no se quedaba en reflexiones individuales, sino que tenía la pretensión de interdisciplinariedad y diálogo entre todos los saberes y enfoques entre el claustro de profesores entre sí y donde también los alumnos tenían su espacio. Las disputaciones eran el campo de debate de la Universidad escolástica y ello permitió que crecieran todas las disciplinas en un marco de fructífero diálogo2. El mundo universitario se fue estructurando progresivamente en torno a la Facultad de Artes Liberales, la Facultad de Derecho Canónico y las Facultades de Medicina y Teología. Todas ellas se asentaron bajo el amparo de la cultura grecolatina y en diálogo constante con ella, lo que permitió un enorme impulso de todas estas ciencias:

Los autores cristianos vieron enseguida en la filosofía griega muchos aspectos positivos que podrían servir de ayuda y preparación a la fe. Esta actitud positiva está presente ya en uno de los Padres de la Iglesia más antiguos, Justino (100-165), quien regentó una escuela de filosofía en Roma y llegó a considerar a Sócrates como un cristiano antes de Cristo […]. El camino recorrido en la Edad Media en la relación entre teología y filosofía se mueve entre dos polos: la aceptación de ambas como saberes autónomos e independientes, sin ninguna relación entre sí, y la búsqueda de una síntesis entre la dos. Tomás de Aquino apuesta por esta última posibilidad, mientras que Guillermo de Ockham por la primera. Ya vemos cómo aún hoy se proponen para la relación entre ciencia y religión los modelos de la mutua independencia y complementariedad, con el horizonte de una posible integración entre ambas. Es importante reconocer que este no es solo un problema moderno, sino que ya en los primeros siglos del cristianismo, y sobre todo a lo largo de la Edad Media, se había planteado, naturalmente, bajo muy distintos presupuestos” (Udías-Vallina, 2009: 165).

Este periodo de la historia académica pone de relieve la necesidad de la confrontación entre las distintas disciplinas. Todo ello se establece bajo las premisas del rigor y huyendo siempre de la vana palabrería. Toda esta metodología fue forjando un modelo universitario dado al razonamiento y la controversia o disputa. No olvidemos los pasos que seguía la Summa Theologiae del Aquinate: quaestio, disputatio, responso y vera solutio. De alguna manera el encuentro entre las diversas disciplinas seguía este itinerario de debate en pos de hallar mayor luz en el conjunto de la exposición:

Tomás mantiene la separación de la teología y la filosofía como dos ciencias, pero establece una mayor correlación entre ellas. La teología utiliza la filosofía, mientras que la filosofía depende sólo de la razón. Tomás propone un cierto solapamiento entre ambas, o en lo que él llama los «preámbulos de la fe», verdades previas a las sólo cognoscibles por la revelación, tales como la existencia de Dios o algunos atributos, a los que puede llegarse por la sola razón. En este acercamiento a las verdades religiosas basado en la sola razón sus conocidas «cinco vías» de demostración de la existencia de Dios. Estas vías han sido llamadas «cosmológicas», ya que parten del conocimiento del mundo, y en ellas Dios aparece como la causa última eficiente y final (Udías-Vallina, 2009: 165).

De forma regular se propiciaba en el transcurso académico del Medievo una serie de disputas entre doctores que tomaban el nombre de disputatio quodlibet. Se trata de la exposición de un tema concreto de forma común para que los docentes de las distintas disciplinas -que se daban cita en la universidad-disertaran sobre esta cuestión y crecieran todos ellos en conocimientos. El método utilizado fue la dialéctica y la puesta en común de los saberes. Las disputas versaban sobre temas muy amplios y nunca abarcaron una única línea de pensamiento, sino que procuraban integrar a todos los saberes: la cuestión de los universales, la relación Fe-Razón, el tema de la creación Ex nihilo, etc. Pero desde este modelo emergió con posterioridad una especialización y fragmentación de saberes que fueron parcelando sus propios conocimientos y se rompió el fructífero diálogo. El empeño de J. H. Newman no fue otro que el de superar de forma definitiva la incomprensión y hostilidad cristiana hacia la técnica y la ciecnia, pues en nada ayudaba esta actitud de recelo hacia el mundo secular (Newman, 1997).

Este recorrido histórico se justifica porque, tanto Pierpaolo Donatti como Alasdair MacIntyre, están por la ética de la vida cotidiana. Un modelo que implica la necesaria integración de los saberes en la vida práctica. Es decir, consideran que es trascendental la ética para la educación escolar, como así lo entendiera Tomás de Aquino, que pensó en un tipo de educación donde el florecimiento de las virtudes fuera un máxima. Por todo lo dicho, “Alasdair MacIntyre ha llegado a afirmar, con toda justicia, que tenemos una «deuda masiva» histórica contraída con J. H. Newman” (Sánchez-Migallón y Giménez, 2011: 13). No olvidemos, en tal sentido, que “particularmente MacIntyre valora sobremanera el sentido histórico y narrativo de las ideas en la conformación de tradiciones racionales que explican el entendimiento de la acción humana” (Pérez Adán, 2021: 73-74).

3. UNA UNIVERSIDAD A LA ALTURA DE LAS NECESIDADES MODERNAS

Como venimos señalando, para Newman la Universidad es sinónimo de totalidad del saber y del conocimiento, tanto natural como sobrenatural, y esta institución académica está moralmente obligada a ofrecer el conjunto de saberes a sus alumnos sin coartar ninguno de ellos (Migallón, 2018). El grupo docente recibe precisamente el encargo de articular cada una de las ciencias en la visión de un conjunto orgánico y armonizado que permita establecer conexiones entre las distintas ciencias. Esta debería ser la auténtica misión de cualquier universidad que se precie de este título: establecer puentes y nexos de unión interdisciplinares y educar el intelecto y el buen razonamiento de aquellas mentes que desea formar. La investigación no es el único fin de la universidad, sino la educación de sus alumnos en todas sus facetas tanto intelectuales como humanas. Para nuestro autor, como a su vez lo defendía Edith Stein, el discernimiento ha de formarse, pues aunque de forma natural pueda estar capacitado para una correcta toma de decisiones, no le irá de más el auxilio de la Gracia (Vidal Talens, 2003).

Como él mismo señala, al referirse al modelo educativo, un determinado grupo de personas se asocian con la finalidad de educar y de promover el saber universal y pueden sacrificar muchas cosas superfluas, pero nunca el conocimiento mismo (Newman, 2011). Admitir esto supondría un atentado contra la misma naturaleza universitaria, pues ambos saberes han de complementarse mutuamente con la finalidad del pleno beneficio del alumnado:

Cuando hablamos de la naturaleza, nos referimos, supongo, a ese enorme conjunto de cosas, consideradas en su totalidad, de las que tenemos conocimiento por nuestras capacidades naturales. Cuando hablamos del mundo sobrenatural, nos referimos a ese universo todavía más maravilloso y sobrecogedor del que el mismo Creador es la plenitud, y que conocemos no por nuestras capacidades naturales, sino por una comunicación sobreañadida y directa de Él. Estos dos grandes círculos de conocimientos se entrecruzan en tanto en cuanto los conocimientos sobrenaturales incluyen verdades y hechos del mundo natural; y en segundo lugar, en la medida en que verdades y hechos del mundo natural constituyen por otra parte datos para llegar a deducciones con respecto al sobrenatural (Newman, 2011: 76).

La educación liberal, como gustara denominar al tipo de educación que concibiera, era la más adecuada para la formación de un nutrido grupo de pupilos. En una misma persona era posible aunar los dos posibles caminos de conocimiento como eran la fe y la razón, la verdad religiosa y la verdad a la que se llega por la experiencia, por lo que no es razonable convertir ambas en compartimentos estancos y establecer un muro entre dos dimensiones humanas que de por sí se aúnan en la vida humana. Como señalará más tarde San Juan Pablo II, al referirse a la necesidad de buscar la Verdad por la vía del conocimiento y no quedarnos en verdades parciales: “una vez que se ha quitado la verdad al hombre, es pura ilusión pretender hacerlo libre. En efecto, verdad y libertad, o bien van juntas o juntas perecen miserablemente” (Juan Pablo II, 1998).

La universidad no puede renunciar al concepto de razón y de verdad, pues si lo hiciera se traicionaría en lo que la constituye en su esencia más firme. Es más, todo ser humano ha sido creado con esta inquietud teleológica de búsqueda de las verdades más altas, por lo que la universidad ha de estar al servicio de las cosas últimas y de las verdades fundantes de todo saber. En líneas generales, Newman siempre tuvo clara la visión de educar a los laicos para que pudieran expresar una fe ilustrada y ocupar cargos de responsabilidad en la vida pública. Asimismo, el mismo concepto de «verdad» añadía a la formación moral e intelectual la clarividencia e iluminación de conciencia y razón. Como afirma en uno de sus escritos:

Con la confianza de que, partiendo del impulso de una fe generosa, por mucho que de vez en cuando su línea de investigación pueda desviarse de su rumbo, o amenazar con una momentánea colisión o con situaciones embarazosas con otra área del saber, teológico o no; con la confianza digo, de que si lo deja estar, llegará con seguridad a buen puerto, porque la verdad nunca puede ser contraria a la verdad, porque a menudo lo que a primera vista parece una «exceptio», al final «probat regulam» de la manera más firme (Newman, 2011).

La educación no está en la adquisición de competencias y habilidades en un campo determinado y completamente desgajado del resto. Con esta distracción hemos pervertido el verdadero sentido de la educación universitaria yéndonos a metodologías y formas de enseñar que circundan y pivotan sobre la verdad, pero que no la tienen como su objetivo primero. Hemos perdido el verdadero horizonte de la educación, pues lo que en realidad necesita el aulario no son tanto métodos como experiencias vitales que estén en referencia a la solidez de lo que se les enseña (Valero, 2020). De este modo, los discursos de Newman están transidos todos ellos por el concepto de «verdad», por lo que su objetivo narrativo se dirige hacia la centralidad del asunto y no se queda en la periferia del mismo. Considera que aquellos alumnos a los que se les coarta la universalidad del saber, son como pensadores que “parten de principios radicalmente equivocados y necesariamente sus conclusiones han de ser falsas” (Newman, 2011).

Dentro del entramado universitario y, en diálogo entre las distintas ciencias, ha de posibilitarse por parte del profesorado el hecho de que las ciencias se corrijan y se perfeccionen mutuamente y que se actualicen en sus pretensiones. Un saber no es una parte independiente de otra, sino que toda noción está vinculada con otras por el mismo principio que las vio nacer. La posesión de la verdad es una empresa ciertamente difícil, pero no imposible, no se trata de un proyecto ilusorio que quede en el terreno utópico. La verdad se busca en su totalidad y no parcialmente (al menos como pretensión). La verdad constituye, a su vez, la pasión por el saber y lo empuja hacia un fin; si no se pudiera hablar de esta pretensión el mismo saber quedaría mutilado en todos y cada uno de sus postulados. Todo ello acontecerá de forma natural en un mundo académico que lo facilite y lo promueva; en cambio, en aquellos espacios donde se recluya, quedará amputado de partes significativas que le pertenecen. En ambos casos se generará una atmosfera u otra que será vivida y respirada por el alumnado e influirá decisivamente en su posicionamiento ante la realidad de las cosas. Este clima, favorable o desfavorable a la investigación científica en todos sus ángulos, hará posible que algunos investigadores sean más fecundos en la presentación de las verdades a las que han llegado que otros con una mirada más restrictiva. (Newman, 2011).

En toda la comunidad universitaria ha de prevalecer esta iniciativa y esta búsqueda. En cambio, Newman nunca apostó por una educación confesional pero sí dialogal y ambiciosa en sus pretensiones académicas interdisciplinares. En este sentido, la «verdad» en sí misma tiene la capacidad de trascender el presente y necesita del intelecto para que se abra a la «Causa» de todas cosas. No se contenta con quedarse en las murallas del conocimiento, sino que desea penetrar al interior de la torre del saber. Así pues, dar carta de ciudadanía a la Teología como saber superior de Dios sería un requisito imprescindible para toda escuela que se precie en ser reconocida como universal. Dios transita como la verdad primera y objetiva que asienta los distintos saberes, pues «Dios es real» -según su posición-. La teología, por tanto, introducirá de modo científico en la idea de infinito y, a la vez, nos presentará la imagen de un Dios personal (Athié, 2005).

Si Dios es más que la naturaleza, la teología –como primer principio- también pide su lugar en el campo de las ciencias. Este saber no es solo ciencia, sino que lo es en grado sumo, por lo que la verdad religiosa no es una porción sino una finalidad del mismo pensamiento en su camino natural de ascensión hacia verdades últimas. El conocimiento universitario en su origen no estaba tan fragmentado como lo está en el presente, lo que facilitaba el diálogo de las distintas disciplinas, pues lo que sucedió es que “a partir del siglo XVII el campo inmenso de la filosofía empieza a desgajarse” (García-Morente, 1985: 19). Todavía filósofos como Descartes, Leibniz y Kant, participaron de este saber enciclopédico que se ha ido perdiendo progresivamente. No obstante, todavía queda un país como Alemania, “donde las facultades universitarias son las siguientes: la Facultad de Derecho, Facultad de Medicina, la Facultad de Teología y la Facultad de Filosofía” (García-Morente, 1985: 19), lo que habla de un diálogo fructífero de todas las ciencias sin excepción y hacia la cual deberían tender las demás en su pretensión de universalidad.

4. LA FORMACIÓN INTEGRAL EN EL MODELO UNIVERSITARIO NEWMANINANO

Los alumnos irlandeses estudiaban en el Trinity College y se buscaban profesores universitarios adecuados para poder levantar una Universidad Católica Los obispos católicos temían que sus jóvenes perdieran la fe en un College de confesión anglicana. Era cierto que el Trinity consideraba la posibilidad de admitir en sus aulas a jóvenes católicos, aunque las penurias que estos pasaban en una universidad anglicana fueran notables (Ker, 2010a). Cuando no se les pedía que apostataran de su fe católica, si querían recibir becas y seguir con sus estudios, se les exigían otro tipo de aferes que dificultaban su carrera académica. Resultaba además un tipo de educación anticuada y poco moderna. A su vez, una universidad neutra en la dimensión religiosa quedaba pobre para la universalidad del saber que pretendía la Iglesia católica y la confianza que se había depositado en Newman para hacer posible un camino adecuado: “la verdad religiosa no es solo una porción, sino una condición de conocimiento. Eliminarla no es otra cosa que deshacer el tejido de la enseñanza universitaria. Es, según el proverbio griego, quitarle al año la primavera” (Newman, 2011). Por todo ello, “Pio IX era muy contrario a la educación mixta interconfesional y, por tanto, todo lo que llegó desde Roma en esas décadas tuvo como fin impedirla a toda costa por el peligro que implicaba para la fe” (García-Ruíz, 2020: 263).

Lo que buscaba Newman era edificar un saber sobre lo que se comprendía como educación liberal. Lo que pretendía este enfoque educativo liberal fue reorganizar la mente de cada uno de los alumnos y dotarles de las habilidades necesarias para que pudieran pensar por ellos mismos en lo que él denominaba un «pensamiento crítico», basado en la observación del factum y así poder establecer relaciones y generalizaciones de leyes. La tarea primordial sería la de aprender a situar el factum dentro del todo. Como señala en la actualidad el Papa Francisco, en la constitución apostólica Veritatis Gaudium, recordando la idea de universidad llevada a cabo por nuestro autor, indica: “quien se forme en el marco de las instituciones promovidas por el sistema de los estudios eclesiásticos —como deseaba el beato J. H. Newman— sepa dónde colocarse a sí mismo y a la propia ciencia, a la que llega, por así decirlo, desde una cumbre, después de haber tenido una visión global de todo el saber” (Francisco, 2014). Lo que se pretendió fue una conexión y complementariedad de todo el saber intelectual sin excepciones. La fe religiosa incluye un tipo de razonamiento informal que se utiliza en otros ámbitos sin ninguna sospecha de irracionalidad. En este camino, “Newman formuló la conocida distinción entre asentimiento «nocional» o no-experiencial, y asentimiento «real» o experiencial. Cuando asentimos a una verdad no-lógica o no-empírica, como sucede en el caso de la verdad religiosa, hacemos un juicio personal basado en la acumulación de probabilidades” (Ker, 2010b: 9).

La idea que subyace a todo este «conocimiento vertebrado», como nos gusta denominarlo, es que los alumnos entiendan las cosas como son en la realidad, desde las ciencias y sus distintos métodos, pero también desde el fructífero diálogo con el quehacer teológico y que esta relación interdisciplinar vaya en benéfico de la persona completa. De este modo, los estudiantes recibirán una formación que les dote y prepare para enfrentarse al mundo y poder entablar un verdadero diálogo en un espacio donde no siempre podrán encontrar con facilidad el recurso de la fe en el interlocutor que tengan delante, pues en no pocas ocasiones será esquivo al argumento de autoridad. Para responder a este reto es imprescindible un saber integral e integrador que se articule sobre la riqueza de las diversas ciencias y así dominar sus principios en aras de un mayor servicio.

Todo el conjunto de saberes tiene un nexo común que existe en la realidad en su conjunto y que proviene toda ella de las manos de un mismo Creador. Desgraciadamente, como señalara Newman, el conocimiento religioso se ha orillado por supersticioso en no pocos planes de estudios y esto conlleva una pobreza enorme en la formación de los alumnos. Esta realidad ha sido puesta de relieve en números alegatos que se han hecho desde el seno de la Iglesia, con la finalidad de superar esta aporía que se extiende a todo el campo de la docencia:

La Iglesia en los últimos tiempos se ha hecho portavoz de una exigencia que implica a las conciencias más sensibles y responsables por la suerte de la humanidad: la exigencia de responder a un desafío tan decisivo como es el de la educación. ¿Por qué «desafío»? Al menos por dos motivos: en primer lugar, porque en la era actual, caracterizada fuertemente por la mentalidad tecnológica, querer no solo instruir sino educar es algo que no se puede dar por descontado, sino que supone una elección; en segundo lugar, porque la cultura relativista plantea una cuestión radical: ¿Tiene sentido todavía educar? Y, al fin y al cabo, ¿para qué educar? (Benedicto XVI, 2012).

La realidad actual se asienta entre dos posibles elecciones que no parecen poder reconciliarse en el presente y que se presentan como antagónicas, desgraciadamente por el sesgo de algunos planteamientos. La primera de ellas queda referida al diseño de unos planes de estudios universitarios que únicamente buscan una mera instrucción técnica de sus alumnos con la única finalidad de dotarles de habilidades en el plano laboral, sin más horizonte que ese. Una segunda opción, que deviene minoritaria, procura implementar un tipo de educación integral, además de técnica, donde se eduque a la persona en su integridad y en todas sus dimensiones: voluntad y afectos, buscando no mutilar la dimensión espiritual y el crecimiento moral. Para Newman no se justifica esta división de saberes (Teología; Geología; Biología; Filosofía, Ética; Sociología; Derecho; Arte; Filología, etc.):

De Dios ha venido todo movimiento que ha convulsionado y rehecho la superficie terrestre. El insecto más insignificante e imperceptible a la vista procede de Él, así como los inagotables enjambres de diminutos animalillos, las miradas de seres vivos que el simple ojo humano no acierta a ver, la vegetación que, siempre en crecimiento, cubre toda la tierra como un manto, el alto cedro, el plátano que nos acoge en su sombra. Suyas son las especies y familias de pájaros y mamíferos, son sus graciosas formas, sus gestos salvajes y sus apasionados gritos. […] Lo mismo podemos afirmar del mundo intelectual, moral, social y político. El hombre con sus motivaciones y obras, sus lenguas, su propagación y difusión por la tierra, procede de Él. La agricultura, la medicina, y las artes todas de la vida son suyas. El sanciona la sociedad, la ley y el gobierno. El esplendor de la realeza terrena exhibe la semejanza y la bendición del Rey Eterno (Newman, 2011: 92).

Los conocimientos que se adquieren en el periodo universitario han de ir en la dirección que ayude a conseguir una vida lograda y no únicamente referirse al plano del «saber» sino del «ser», por lo que la educación cobra un nítido marco intelectual y ético. El mismo Joseph Ratzinger recuerda su tiempo universitario como el momento adecuado para “penetrar aún más en el debate cultural y poderse dedicar a la teología científica [siguiendo así los postulados de un modelo universitario de saberes universales que enriquezca todo lo humano]” (2005: 72). De este modo, será posible formar una mente con la capacidad crítica que se requiere en un horizonte plagado de retos. Así pues, será necesario que la relación entre el profesor y el pupilo sea de estrecha amistad, pues el alumno ha de ver encarnados en él aquellos valores que este enseña. Como acertadamente señala el Papa Francisco en el presente: “Los jóvenes tienen necesidad de calidad en la enseñanza y, a la vez, de valores, no sólo enunciados sino también testimoniados. La coherencia es un factor indispensable en la educación de los jóvenes. No se puede hacer crecer, no se puede educar sin coherencia: coherencia y testimonio” (Francisco, 2014).

La realidad docente en su conjunto necesita de la cooperación de la razón y de la fe, sin que sea necesario enfrentarlas, como en algunos casos se ha venido haciendo. Se da en un primer momento un tipo de conocimiento basado en la evidencia y, a la vez, esta realidad del positum no tiene porque presentarse como contraria a otro tipo de saber abstracto que, sin llegar a la misma evidencia, conduce a la búsqueda de respuestas últimas. Es bueno que a los alumnos se les forme en el razonamiento y se les dote de unas buenas bases filosóficas y así, acostumbrados a la observación y a la reflexión, sabrán situar la información que les llegué en un conjunto armónico y con la adecuada capacidad retórica: “las diversas ramas del saber se encuentran íntimamente conexas unas con otras y forman un todo, que se verá empobrecido hasta un extremo difícil de limitar, por cualquier omisión significativa de conocimiento” (Newman, 2011).

El saber liberal posee para nuestro pensador el valor de la transformación interior y deja abierta la posibilidad de establecer cuantas conexiones luminosas se den en una mente formada. Apuesta, al fin y al cabo, por un tipo de educación que no se quede en un mero uso utilitarista o de satisfacción material, sino que aspire a lo más alto, como puede ser la transformación del espíritu humano. Propone para ello un tipo de aprendizaje que comprometa al hombre entero y que ponga en marcha el ejercicio de la razón con la intención de que se establezca la capacidad de hallar vínculos entre todos los campos, en lo que denominará sentido ilativo:

Guiarse por esta percepción directa y existencial de la realidad concreta y compleja, aunque no la podamos expresar en fórmulas de estricta lógica, es algo propio del hombre y de la mente sana y bien constituida; es algo plenamente razonable y racional. El cerrarse a acoger más de lo que formalmente puede probarse (suponiendo que tal cerrazón fuera posible) mutilaría penosamente su capacidad de percepción de la realidad y de relación con personas y cosas (Vives, 2013: 3).

Este nuevo modo de razonar pone en marcha todas las capacidades humanas y, de alguna manera, se trata de una impronta que Dios ha depositado en el alma para que sea puesta en ejercicio. Es imprescindible utilizar todas las facultades de la mente, tanto en el plano experiencial como en el plano que nos proporcionan las humanidades. No en vano, tanto las humanidades como el sistema religioso, poseen una dimensión epistémica de marcado carácter retórico:

Una especie de experiencia directa de la multiplicidad de datos en la complejidad de sus relaciones e implicaciones, inmediatamente enriquecida y matizada, corregida o reforzada a través de la memoria experiencial y de la razón intuitiva y comparativa inmediata, sin la necesidad de pasar explícitamente al nivel abstracto y menos todavía a la formulación, en este nivel, de proposiciones universales (Vives, 2013: 10).

El pensamiento se deduce de toda la persona en su conjunto y desde la base de lo que se presenta como evidencia; pero dejando abierta la puerta a la posibilidad de una mayor profundización posterior de carácter filosófico. Así pues, la unión que se da en el plano intelectual y en el plano moral, es posible gracias a esta unidad de acción y, merced a esto, el ser humano es llamado a crecer en el conocimiento de lo que existe. No es natural prescindir de la dimensión implícita del conocimiento, sino más bien una imposición antinatural que proviene ad extra y que no se justifica ad intra. De ninguna manera la religión y la fe son impedimento o estorbo para la propia razón, sino aliados naturales. Así, sancionará de alguna manera la pretensión injustificada de dejar el saber teológico fuera del ámbito del saber, por lo que tilda a estos estudios que así lo pretenden de «incompletos»: “retirar la Teología de la escuela pública equivale a perjudicar la perfección y a invalidar la fiabilidad de todo lo que se enseña en ese centro universitario” (Newman, 2011: 96-97).

El liberalismo ha centrado todos sus esfuerzos en el bienestar material y se ha entretenido en buscar condiciones de utilidad de aquello que se enseña, por lo que ha ido olvidando progresivamente la persona y su realidad vital. Por ello, Newman considera que cada materia que se enseña en el marco universitario ocupa un lugar necesario e insustituible pues, la carencia de alguna de ellas, hace que se resienta el conjunto del saber. Si la universidad renuncia a su carácter de totalidad se está traicionado a sí misma en sus bases y en las pretensiones que la vieron nacer: “El Liberalismo es el error de someter al juicio humano a esas doctrinas reveladas que, por naturaleza, se encuentran más allá y que son independientes de aquel. Es el error de pretender determinar, apoyándose en fundamentos intrínsecos, la verdad y el valor de proposiciones que descansan, para su aceptación, simplemente en la autoridad externa de la Palabra de Dios” (Newman, 2019: 322). De este modo, supo iniciar un camino de reconstrucción interdisciplinar de las ciencias, como se diera en el inicio de las grandes universidades europeas. Asimismo, dejó sentadas muchas de las bases que la posterior teología utilizará en su recorrido y metodología:

La aportación pionera de John H. Newman, trató de armonizar las exigencias de la revelación y los descubrimientos de la ciencia natural. Posteriormente, Karl Rahner (1904-1984) reflexionó sobre la relación entre las ciencias naturales y la fe racional. W. Pannenberg ha desarrollado una reflexión importante dialogando con las ciencias sobre la doctrina de la creación (es importante ser conscientes de que, el diálogo entre teólogos y científicos, no se mueve en el plano del sentido científico y religioso, sino en el de la reflexión filosófica sobre los términos científicos y las teorías religiosas). A. J. Moltmann le interesan las analogías que algunas teóricas científicas podrían ofrecer a la comprensión de la relación entre Dios y el mundo. H.U. von Balthasar denuncia el extravío de la «gloria» en el desarrollo de la modernidad, es decir, de lo bello que, sustraído al ámbito de lo trascendente, es encerrado en el ámbito intramundano y es estudiado como tal exclusivamente de forma científica. Para recuperar esta pérdida es necesario superar el pensamiento de la identidad, característico de la modernidad, con una concepción analógica del ser, capaz de expresar la relación entre Dios y el mundo, entre Dios y los hombres (Ratzinger, 2011: 32).

5. CONSIDERACIONES FINALES

Para el cardenal John Henry Newman, convertido al catolicismo desde el anglicanismo y recientemente canonizado por la Iglesia Católica (2019), la razón y la fe poseen la virtud de otorgar un logrado sentido humanístico a la acción educadora que requiere de la religión y de la moral para que la dimensión intelectual llegue a su culmen. Se trata de un tipo de saberes completamente legítimos y en nada extraños al saber universitario que se forjó sobre estas mismas premisas y que en el presente pretende una autonomía que le empobrece.

El alumno es mucho más que una serie de posibles capacidades intelectuales y de ser entendido como un mero proyecto dirigido hacia el ejercicio de una labor profesional utilitarista. No se le puede coartar en justicia el derecho a crecer en todas las dimensiones que le permitan un perfeccionamiento integral. Se trata de una visión educadora de máximos y no de mínimos. Los prejuicios racionalistas que hace décadas se han establecido en relación al espacio que ha de ocupar la Teología en el plan universitario, no dejan de ser artificiales, cuando no plagadas de ideología. Todo ello ha orillado un tipo de saber que es necesario para todo estudiante y lo que se ha resentido es el concepto mismo de verdad. La Universidad debe ser entendida como un todo armonioso que se establece desde la misma estructura de la diversidad de conocimientos.

Newman supo establecer las relaciones pertinentes entre los distintos saberes y crear entre ellos puentes de conexión que sería oportuno que se dieran en la atmosfera universitaria. La relación entre profesores de distintos departamentos, sin olvidar a los alumnos, permitirá que cada ciencia crezca más y mejor en la simbiosis que permite el diálogo interdepartamental. La correspondencia entre estos permitirá actualizar los saberes y el mismo conocimiento que entra en las aulas que, lejos de estancarse en sí mismo y en su única verdad, aparecerá como un saber fresco y novedoso en relación con el resto y en constante crecimiento.

El quehacer universitario tiene la obligación intrínseca y diríamos, casi moral, de actualizarse constantemente en sus saberes y sus guías metodológicas, pero sin quedarse en el método, sino que este es solo una herramienta que indica un camino. Ello conducirá a que los alumnos, lejos de estudiar saberes fragmentados y sin conexión aparente entre sí, sepan tender lazos desde una adecuada base filosófica hacia otra empírica y, aquello que aprendan, quedará enmarcado en una visión amplia de las distintas ramas del saber donde quepa la apertura a las cuestiones últimas.

Todo esto conlleva un trabajo previo que el profesorado deberá realizar entre departamentos y seminarios establecidos al caso. Este proyecto conjunto permitirá la adaptación y actualización del conocimiento, así como la iniciación a nuevas posibilidades y líneas de investigación. Pero no olvidemos que la universidad no es solo investigación sino que es educación y atención de sus alumnos, los cuales tienen derecho a que los saberes se les presenten como un todo orgánico y no en compartimentos estancos. Un esquema general de estudios y las posibles conexiones que entre ellos se establezcan será de enorme ayuda para un alumno que desea una visión general de lo que aprende. El alumno puede no saber esto por desconocimiento, pero cuando lo perciba comprenderá la riqueza de este modelo.

Por todo ello, la relación entre profesores y alumnos, acrecentará la pasión por el saber: por todo el saber. Las limitaciones que provengan del terreno ideológico deberán ser revisadas y aclaradas. Cada alumno estudiará con pasión la ciencia escogida por él, pero no por ello discriminará otros saberes que necesita para crecer humana y moralmente, siendo un modelo de servicio para la sociedad a la que sirva en un futuro. Este conjunto de saberes repercutirán en una labor más fundamentada y donde brille la atención a los demás. El estímulo que recibirá un estudiante desde esta perspectiva, dentro y fuera del aula, será determinante para que entienda que no únicamente requiere de un saber técnico en pos de un futuro trabajo, sino que su formación va más allá, pues demanda la excelencia. Caminará hacia la posibilidad de abrir una puerta de entrada al conocimiento universal y a la salud social.

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2 Las artes liberales constaban de dos etapas o partes que se conocen por su nombre latino y que designan el número de disciplinas enseñadas. Se tratan del trívium (tres caminos); es decir, la enseñanza de la gramática (comentario de los textos “clásicos”), la retórica y la dialéctica (la lógica) y el quadrivium (cuatro caminos), a saber, la geometría, la aritmética, la astronomía y la música.