SCIO: Revista de Filosofía

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ARTÍCULOS DE INVESTIGACIÓN

¿TENEMOS QUE HUMANIZAR LAS TECNOLOGÍAS DEL CUIDADO?

DO WE NEED TO HUMANISE THE TECHNOLOGIES OF CARE?

Antonio Piñas Mesa1

Fechas de recepción y aceptación: 15 de marzo y 11 de abril de 2024

DOI: https://doi.org/10.46583/scio_2024.26.1151

Resumen: Desde hace tiempo la preocupación por la humanización de las prácticas sanitarias es creciente. Esto se refleja en el incremento de publicaciones al respecto y el desarrollo de programas de humanización que marcan unos estándares de lo que debe entenderse por un trato humanizado en el ámbito sanitario. Dado que el cuidado de la salud ha ido siempre de la mano del desarrollo de tecnologías, es frecuente utilizar la expresión “humanización de la técnica”. En este artículo queremos mostrar que tanto la medicina como la tecnología son creaciones humanas y, por tanto, no necesitan ser humanizadas. Lo que debemos humanizar son nuestras actitudes en el trato a los vulnerables y el modo como nos relacionamos con los medios tecnológicos. El buen o mal desarrollo del arte de cuidar y curar y las tecnologías vinculadas dependerá de la formación humana de los agentes de salud. Es ahí donde cobran sentido las expresiones humanización de la sanidad y humanización de las tecnologías aplicadas al cuidado.

Palabras clave: Humanización, técnica, cuidado, humanidades.

Abstract: For some time now, there has been a growing concern for the humanisation of healthcare practices. This is reflected in the increasing number of publications on the subject and the development of humanisation programmes that set standards for what should be understood as humanised treatment in the healthcare environment. Since health care has always gone hand in hand with the development of technologies, the expression “humanisation of technology” is often used. In this article we want to show that both medicine and technology are human creations and therefore do not need to be humanised. What we need to humanise are our attitudes towards the vulnerable and the way we relate to technological means. The good or bad development of the art of caring and healing and the related technologies will depend on the human formation of health agents. This is where the expressions humanisation of health and humanisation of technologies applied to care make sense.

Keywords: Humanisation, technology, care, humanities.

1. HUMANIZACIÓN DE LA SALUD Y HUMANIZACIÓN DE LA TECNOLOGÍA

Laín Entralgo distinguía cuatro factores de la estructura histórica de la medicina actual: la tecnificación, la socialización y la personalización (Laín, 1988). Cada uno de ellos ha supuesto una novedad respecto a las prácticas habituales de galenos y pacientes. Pero es el factor técnico el que, habiendo generado indudables avances en el arte de la medicina, está en el punto de mira de los analistas de la relación sanitario-paciente. De hecho, no pocos autores señalan a la tecnificación junto con la burocratización e introducción de criterios de gestión económica como aspectos del deterioro de la calidad humana de la relación entre médico y paciente (García, 2017: 34).

¿Es necesario, por tanto, humanizar la tecnología? A esta pregunta podíamos responder negativamente si tenemos en cuenta que de por sí la técnica es una creación humana, al igual que la burocracia y la economía. Los instrumentos los ha producido el ser humano gracias a la inteligencia, en virtud de la cual, no solo se ha “adaptado al medio”, como ocurre en la evolución biológica, además ha “adaptado el medio” en beneficio propio, es decir, lo ha humanizado creando cultura (Gracia, 2011). Para sobrevivir, hemos modificado el medio humanizándolo. Ahora bien, dado que ninguna producción humana es absolutamente inocua, cabe la posibilidad de hacerse in-humana siendo necesario humanizarla (Laín, 1988). Luego el objeto de análisis debe ser la aptitud y la actitud de quienes hacen uso de la tecnología, la que sea, pues son los agentes de los fines realizados mediante ellas. Curar y cuidar son técnicas que, históricamente, se han puesto en práctica secundando los valores propios de cada cultura. De la confluencia de técnica y ética dependerá que la actividad de los cuidados sea humana o inhumana. En la medida en que se introducen en la práctica valores éticos y determinadas competencias psicológicas, caminamos hacia una práctica y gestión de la atención sanitaria humanizada. Aprender a curar y a cuidar precisa de conocimientos y actitudes. Nadie dudará de la necesidad de que los sanitarios tengan unos conocimientos y unas habilidades que les permitan desarrollar técnicamente bien su trabajo. ¿Pensaremos lo mismo respecto a las actitudes éticas que esperamos que tenga ese profesional? ¿Pueden ser formadas las actitudes éticas del universitario? Respecto al tema que nos ocupa y desde la perspectiva educativa tenemos que preguntarnos si los futuros profesionales están siendo formados para prevenir un mal uso de la tecnología. Si es cierto que el fin no justifica los medios y que no todo lo que técnicamente se puede hacer se debe hacer, nos vemos en la tesitura de tener que formar en el arte de la deliberación para una buena gestión de medios y de fines en relación con los valores. El valor, razón de ser de la ética, nos obliga moralmente y será lo que realmente guiará la técnica desde unos parámetros éticos para ponerla al servicio de valores intrínsecos. En relación a la humanización de la práctica sanitaria, Martínez Aguado asevera que “una de las causas para que el cuidado no sea el adecuado, es la falta de un relato mantenido y constante en el plano ético, que profundice en los principios que articulan una organización de valores morales, valores que deben impregnar todos los niveles sanitarios y que orientan hacia objetivos plenamente enraizados en el núcleo íntimo de lo que es el respeto profundo, pleno y continuado a las personas en su dignidad” (Martínez, 2019: 202).

2. LA TÉCNICA: RECURSO, PELIGRO Y RETO

El poder trasformador de los actuales cambios tecnológicos supera con creces los acaecidos durante el pasado siglo XX generando un clima de incertidumbre, al menos, en las personas cavilosas y deliberativas (un arte, la deliberación, que se entrena). La fabricación y uso de instrumentos se dirige a la satisfacción de necesidades, pero también al perfeccionamiento del modo de cubrir sus necesidades (Yepes, Aranguren, 2001: 85). Con su metodología didáctica resalta Laín tres actitudes reflejadas en los analistas del desarrollo tecnológico durante el siglo XX: la técnica como recurso, la técnica como peligro y la técnica como reto (Laín, 1988). La técnica de ayer y hoy ha supuesto un aumento de las posibilidades de actuación en el mundo; la evolución cultura es una clara expresión de esa capacidad de crear objetos inéditos que han potenciado nuestras capacidades innatas y nos han permitido superar las prestaciones de las técnicas anteriores (pensemos en los avances en las técnicas de cultivo agrícola o los cambios en medios de locomoción). Pero el reverso de esta actitud es la actitud de prevención ante el miedo por los peligros que pueden acompañar a esos avances. Nada en el uso de la técnica, asevera Laín, es absolutamente inocuo (Laín, 1988). Uno de los peligros es la mecanización de la vida y, por tanto, la deshumanización de la existencia por la reducción o anulación de la libertad. De hecho, también se habla del riesgo de la tecnocracia para designar el poder de una técnica que aprisiona al hombre a modo de fuerza dominadora (Yepes, Aranguren, 2001: 92). Laín no olvida citar otro riesgo, no tanto de índole psicológica como el anterior, sino ontológica, refiriéndose a la evaluación realizada por Heidegger quien señala el riesgo de perder la meditación filosófica y la reflexión poética (Laín, 1988). La realidad ya no es algo que pueda revelarnos su ser, sino algo que puede ofrecernos su fuerza, actividad cotidiana de científicos y técnicos. Laín, que había comenzado su reflexión considerando la redundancia implícita en la expresión humanización de la técnica, concluye afirmando que humanizar la tecnología consiste en la intelección y el empleo de ella de un modo real y verdaderamente humano (Laín, 1988: 126). Es entonces cuando la técnica se convierte en un reto ante el que hay que responder personalmente, yo diría, deliberativamente. La respuesta a ese reto, dirá Laín, es la humanización de la técnica. Al responder al cómo será posible humanizar las creaciones tecnológicas, Laín hace una consideración relativa a las universidades y Escuelas de formación: es necesaria la formación teórica o epistemológica y ética. La consideración ética nos obliga a reconocer responsablemente cómo el empleo de lo inventado puede favorecer o perjudicar al ser humano. El buen técnico debe saber preguntarse por el qué y el para qué de lo que hace. El médico, por ejemplo, no puede no saber qué son la salud y la enfermedad o qué es el hombre pues de ello dependerá también el modo en cómo ejerza su trato al paciente. Igualmente, ante los medios tecnológicos tenemos que interrogarnos por su «para qué» que por necesidad conducirá, si es consecuentemente estudiado, a un «para quién», porque la vida humana es, a la postre, el término intencional de todas las actividades técnicas (Laín, 1986: 168).

3. EL RETO DE LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS EN EL ÁMBITO SANITARIO DURANTE EL SIGLO XXI

La relación de los profesionales sanitarios con los pacientes ha cambiado y cambiará drásticamente con la introducción de revolucionarios medios tecnológicos. Estamos en un cambio de época que reconfigura los modos de cuidar y los mismos fines de la medicina. Uno de esos avances tecnológicos que hoy se nos plantea como reto y, por tanto, que reclama el ejercicio de responder humanamente ante él para humanizarlo es la inteligencia artificial (IA) cuya irrupción está removiendo muchas de nuestras prácticas habituales. La aparición de ChatGPT (OpenAI, 2022) el 30 de noviembre de 2022 generó entusiasmo y temor. A los pocos meses de su implantación, en febrero de 2023, ya se hablaba de su potencialidad en medicina (Gilson et al., 2023). Otras publicaciones muestran que ChatGPT es un recurso útil en la toma de decisiones clínicas que sirve como asistente digital del profesional médico (Howard et al., 2023). La introducción de algoritmos de Inteligencia Artificial y su capacidad para procesar información compleja y de forma rápida potenciará la precisión del diagnóstico médico mejorando los resultados para los pacientes también por la mejora de la capacidad predictiva. Tampoco es despreciable la mejora del seguimiento o monitorización de los pacientes mediante los weareables (en castellano, ponibles), aparatos que llevarán consigo los pacientes tanto para avisar de posibles cambios en pacientes con patologías como para incentivar hábitos de salud. Uno de los colectivos que más se podrá beneficiar de este seguimiento mediante tecnología son los pacientes mayores. Se trata de un cambio que va a transformar la relación médico-paciente que, a su vez, ya está planteando desafíos importantes que generan la duda sobre la confiabilidad de los datos. A pesar de tratarse de una herramienta cuyas virtualidades se están mostrando desde hace poco tiempo, ya se han despertado las razonables actitudes de prevención por los posibles riesgos éticos (Gutiérrez-Cirlos et al., 2023) y que nos recuerdan la necesidad de redefinir la responsabilidad clínica avanzando en protocolos y leyes que la regulen para garantizar que los avances en la IA médica sean éticos y estén alineados con los valores de la sociedad (Gallego-Colón, 2023). Así también, organismos internacionales como la UNESCO recuerdan que, en el uso de IA por parte de los médicos para adoptar decisiones y ejecutar tareas, el sistema de IA nunca podrá reemplazar la responsabilidad final de los seres humanos y su obligación de rendir cuentas (UNESCO, 2022: 22). Otra de las posibilidades que brinda la IA es el chatbot, programa informático con capacidad de procesar el lenguaje natural (NLP) para comprender las preguntas de los pacientes y generar respuestas tal y como sucedería en la conversación con una persona. No son pocos los puestos de trabajo llamados a desaparecer al ser fácilmente sustituibles por esta herramienta tecnológica. ¿Podrán ser sustituidos los médicos en estas funciones diagnósticas? ¿y los cuidadores? La tecnificación está mejorando y ampliando la capacidad de cuidado. De la mano de tecnificación y de la clarificación de los fines del cuidador, ha venido la profesionalización del cuidado, pero esta, como veremos, incluye también la asunción de unos valores que humanizan la técnica. Los avances de la robótica se han aplicado al cuidado de mayores como es el caso de un prototipo, Zora, con el que se experimentó en un hospital de Francia. El robot es controlado por un enfermero, aunque los pacientes no lo saben, y los pacientes han comenzado a crear un vínculo con el robot (Satariano et al., 2018). Ese vínculo, sin duda, nunca podrá sustituir al propiamente personal. Estos experimentos nos motivan a investigar lo positivo y lo negativo de las aplicaciones tecnológicas. El problema que suelen resaltar muchos de los analistas del desarrollo tecnológico es precisamente este, que no sea el hombre que ha creado la técnica el que la domine (Yepes, Aranguren, 2001: 91).

4. FORMAR PROFESIONALES PARA LA HUMANIZACIÓN DE LA PRÁCTICA DE LA ATENCIÓN SANITARIA

En su conocido libro de 2008, Cáncer, biografía de una supervivencia, el Dr. Jovell, que fue presidente del Foro Español de Pacientes, observa que “los estudiantes de medicina inician sus estudios con una vocación clara de tratar a los enfermos y cuando finalizan dirigen su vocación con firmeza a tratar enfermedades, más que a enfermos” (Jovell, 2008). Quien además de médico atravesó el duro trance de ser paciente de cáncer, lanzaba en esta misma obra un mensaje que debemos tener muy presente en la formación de los profesionales sanitarios: “no todo en medicina es razón, no todo es técnica y procedimiento. Lo importante es el enfermo, no la enfermedad” (Jovell, 2008). Los alumnos de las profesiones sanitarias llegan a la universidad, en el mejor de los casos, con valores como la empatía, el servicio, el deseo de ayudar al vulnerable, etc. Estos valores y actitudes los han adquirido en su proceso de desarrollo personal influidos por su ambiente educativo y las decisiones que han tomado en relación con la forja de su carácter. Ahora bien ¿dependerá su futuro ejercicio profesional de esas actitudes con las que llegan a la universidad? ¿Se mantendrán a lo largo de todo su periplo académico o, como se demostró en un conocido estudio sobre los niveles de empatía de los estudiantes de medicina en universidades americanas, tales niveles decaerán? Pensamos que no podemos fiar todo a los valores que ya tiene apropiados el alumno cuando llega a la universidad o centro educativo, pues esos valores y actitudes debe aprender a manejarlos, técnicamente, en un ámbito muy concreto. A decir de Laín Entralgo, la relación médica es una modalidad de amistad, pero matizaba, una amistad técnicamente realizada (Laín, 1984: 356). Al llegar la enfermedad, nos dice Laín, sentimos la necesidad de que nos atienda y ayude un hombre dotado de saberes técnicos especiales y dispuesto a conducirse como amigo; es decir, un buen médico” (Laín, 2003: 210). ¿Cómo lograr esa doble dimensión de un profesional técnica y humanamente competente? Esta pregunta ya nos la encontramos en los mismos orígenes de la medicina occidental, Aristóteles habla del médico perfecto y Galeno del óptimo médico. El adjetivo bueno aplicado al médico significa que éste ha de poseer en el máximo grado tanto las virtudes dianoéticas o intelectuales, como las éticas o morales (Gracia, 2012:69). Cuando la excesiva valoración de la evidencia y la técnica, va en detrimento de las habilidades relacionales, se hace urgente recuperar y promover el ámbito de la relación clínica (…) en la que ese aspecto de la medicina humanista se hace más palpable, cayendo más del lado del arte de curar, que de la ciencia y la técnica despersonalizadoras (Domingo, Feito, 2013: 13).

Por tanto, la relación médica, en su dimensión más personal, es un arte que requiere entrenamiento con una base teórica que fundamente el valor de respetar la autonomía del paciente, la distancia emocional, la escucha activa y tantas otras variables tanto psicológicas como éticas. Investigadores autorizados en la materia indican que las cuatro áreas para la humanización de la salud son la humanización de las organizaciones a través de planes estratégicos de valores éticos, la formación integral de los profesionales que desempeñan su labor en el campo sociosanitario, la incorporación de los pacientes al proceso de adopción de decisiones y la medición y evaluación de resultados mediante métodos como la experiencia del paciente (Martínez, 2019: 212). No nos queda claro si en la primera área se incluirían las universidades o centros de formación y si, en la segunda área, solo se está pensando en los profesionales en activo. Si así fuera, ¿no estaríamos llegando un poco tarde a la formación en valores de los sanitarios? Los actuales planes de humanización de la salud presentes en todas las comunidades autónomas de nuestro país están destinados (además de a sensibilizar a los pacientes en el buen trato a los profesionales) a concienciar a los profesionales en activo sobre este paradigma de la humanización.

Los retos que las nuevas tecnologías y los cambios socioculturales han introducido en la práctica sanitaria siguen reclamando una buena formación humanística como punto fuerte para la adquisición de valores y su puesta en práctica. En los grados de Ciencias de la Salud hay asignaturas relativas a las Humanidades médicas si bien es cierto que precisan ser incrementadas y, en su caso, rediseñadas en vista a esta reclamación social de la humanización de los cuidados. De hecho, si rastreamos el origen de disciplinas humanísticas en las facultades de Medicina tenemos que remontarnos a los años 50 del siglo XX cuando el desarrollo de nuevos conocimientos y habilidades favoreció que la medicina clínica alcanzara por fin una verdadera categoría científica (Sánchez, 2017: 213). Pero el éxito de la Medicina científica pudo provocar un exceso en la formación cientificista de los profesionales, bien preparados para comprender los hechos clínicos, en detrimento de la formación en valores. Debido a ello, desde diversos sectores sociales vinculados a la universidad y a la salud, se denunciaba que el modelo médico científico, por sí solo, no preparaba a los profesionales para comprender adecuadamente, atender integralmente y cuidar humanamente a los pacientes (Sánchez, 2017). Como indica Sánchez González, aparecen también organizaciones religiosas que mostraban su inquietud por la despersonalización de los estudiantes de medicina, supuestamente debida a una enseñanza demasiado mecánica (Sánchez, 2017: 213). Es en la década de los 60 del siglo XX cuando comienza a introducirse la literatura en los planes de estudio de los médicos en Estados Unidos, dando lugar a los programas de medicina narrativa (Domingo, Feito, 2013: 96).

La Bioética es una de las disciplinas centrales de la formación sanitaria encaminada a dar a conocer y entrenar las actitudes coherentes con el reconocimiento de valores como la autonomía, la beneficencia, confidencialidad, etc. y los posibles conflictos que surgirán en las realidades clínicas cotidianas. Pero, en relación con el actual escenario planteado por el auge de las biotecnologías, las antropotecnias y la tendencia a la naturalización de la idea de lo humano (como la reducción del ser humano a mera biología) parece exigible una formación antropológica para los profesionales sanitarios que les permita reflexionar y fundamentar su quehacer conociendo la cuestión de la naturaleza humana. Como ya hemos mencionado, humanizar la práctica sanitaria guarda una íntima relación con la protección de la dignidad y la evitación de un trato mecánico. Esto pasa por reconocer que los pacientes no somos ni animales ni máquinas. ¿No será adecuado plantear esta reflexión propia de la Antropología filosófica sobre la singularidad del ser humano? Ayudar a comprender esta singularidad nos permitirá evitar ciertos excesos de la eugenesia liberal que ponen en riesgo lo más valioso de nuestra realidad al desconocer límites ontológicos y éticos que nos protegen (Beorlegui, 2019). El pragmatismo imperante en la educación, que conlleva una minusvaloración del conocimiento, incluso en el ámbito universitario, abogará por una formación técnica liberando créditos académicos relacionados con cuestiones humanísticas que tienden a ser consideradas ociosas, pero, si queremos cultivar actitudes de humanización ¿no tendremos que recurrir a los saberes humanísticos e implementarlos en el corazón mismo del currículo académico de los futuros sanitarios? Además, ante la crítica del utilitarista, habría que distinguir entre los beneficios instrumentales y los beneficios intrínsecos de la educación (Evans & Greaves, 2002). Los primeros son fundamentales para formar profesionales que sepan hacer su trabajo, pero los segundos, más denostados, hacen referencia al placer de saber por el mero hecho de saber, es decir, aunque reconozcamos que no tendrán utilidad inmediata en nuestro ejercicio profesional. Creo que en este sentido hay que entender la propuesta de quienes seguimos una antigua tradición que defiende la importancia de transmitir cultura para formar personas cultivadas y con capacidad de pensar bien y, de esta forma, saber usar los medios, pero también deliberar sobre sus fines y la eticidad de los mismos. En España tenemos una rica tradición de médicos humanistas, por citar solo los más conocidos en época contemporánea, son Marañón, Rof y Laín. Fueron médicos que desarrollaron unas humanidades aplicadas a la medicina lo que les permitió desarrollar un pensamiento crítico sobre el ser humano, la ciencia, la técnica y la misma práctica de la medicina. Advirtieron que la actividad de los galenos no debía deshumanizarse. El propio Marañón, en la década de los cincuenta del pasado siglo, ya observa lo que él denominó el dogmatismo de la técnica, relativo a la fe ciega de algunos galenos ante los avances tecnológicos; también se refirió a ello como la superstición de los conocimientos de última hora (Marañón, 1957). El médico madrileño invitaba a desarrollar cierto escepticismo ante las novedades entendiendo este como el reconocimiento de la no infalibilidad de nuestro conocimiento ni de nuestros aparatos. El conocimiento humanístico es un buen antídoto contra el dogmatismo y favorece el reconocer la provisionalidad de nuestros conocimientos y avances. Por eso los saberes humanísticos nunca han sido meramente decorativos. El famoso opúsculo de Ordine, La utilidad de lo inútil, fue un claro alegato contra la depauperización del saber, siendo el caso más hiriente, el saber universitario. Que los que hoy se forman para ser los profesionales del mañana estudien humanidades, más concretamente, que adquieran un conocimiento antropológico, les aportará, además de cultura, el poder pensar situaciones críticas que nos atenazan por el desarrollo tecnológico. El transhumanismo o poshumanismo perfila un futuro de la actividad del médico en el que los conocidos fines de la medicina se verán modificados. La llamada medicina del deseo y del perfeccionamiento es ya un hecho. Los pacientes ya no reclamarán solo la curación, también su mejoramiento (enhancement) o perfeccionamiento. La modificación de su naturaleza mediante las antropotecnias nos da que pensar y nos exige una respuesta. Mediante la técnica el ser humano se ha convertido en un cuasi-creador y hoy necesita seguir reflexionando sobre sus propios límites. Es esperable y razonable que los pacientes recurramos a la medicina para pedir el restablecimiento de la salud o la mejora de cierto bienestar, pero será una irresponsabilidad el hacer creer que es posible un futuro sin enfermedades. Una de las sutiles consecuencias de la fe, casi irracional, en la ciencia y la técnica es crear falsas expectativas. En este sentido es bueno recordar las palabras de Marañón: saber no es solo saber, sino saber y dudar (Marañón, 1957). Las consideraciones del médico humanista se encuentran en el mismo marco cronológico en el que algunos autores escribían sobre el riesgo de una razón instrumental, el que tiene lugar cuando la ciencia no está puesta al servicio de la persona. Horkheimer (1946), al poco de terminar la segunda guerra mundial advertía: “los avances en el ámbito de los medios técnicos se ven acompañados de un proceso de deshumanización. El progreso amenaza con destruir el objetivo que estaba llamado a realizar: la idea del hombre” (citado en Murillo, 2009: 52). Tras el cientificismo y el tecnicismo puede haber un pensamiento ideológico que sirva a algún interés, en este sentido, como afirma Cortina, si la ciencia y la técnica —hoy tecnociencias— se convierten en ideología, y dominan con promesas irrealizables el espacio de la opinión pública en que los sujetos deliberan y debaten, entonces sirven para fortalecer la dominación apoderándose del espacio público (Cortina, 2022: 474).

Estas consideraciones que estamos desarrollando sobre el riesgo del cientificismo y el tecnicismo en el ámbito de desarrollo de los saberes propios de las ciencias de la salud no resultaran pertinentes e, incluso, serán consideradas extemporáneas para quienes valoran que los futuros sanitarios, formados en las universidades, precisan una formación profesional, que les capacite técnicamente. Sin embargo, no podemos olvidar que la naturaleza de la institución universitaria aspira a otros objetivos como son la formación de un profesional con cultura. Además, en el marco de la actual cultura de humanización, es pertinente formar en la competencia ética y humanística. Y la misma definición de competencia, tan presente en el escenario educativo actual, sigue incluyendo la capacidad de saber reconocer los valores implicados en el ejercicio profesional y saber actuar conforme a esos valores.

Volviendo a la cuestión de la técnica humanizada, parece razonable plantear que una asignatura de antropología sirva de fundamento a las ciencias de la salud. Desde su surgimiento en el siglo XIX como disciplina científica, la Antropología ha adoptado distintas modalidades, desde los enfoques más biofísicos a los socioculturales sin olvidar el enfoque filosófico. ¿Qué tipo de antropología puede cumplir esa función preambular y fundamental en los estudios de Medicina? Debe ser una disciplina que aborde las distintas dimensiones de lo humano, por ello, será pertinente que tenga un enfoque filosófico, pero en diálogo con la Antropología cultural y, sobre todo, con una Antropología biológica o física. Un buen planteamiento de esta asignatura puede favorecer la comprensión de otras disciplinas del currículo académico, así como otras competencias propias del ámbito universitario. Las ciencias de la salud tienen un alto componente socio-humanístico lo que de por sí justificaría ya la presencia de una disciplina antropológica o, incluso, la transversalidad de la reflexión sobre la realidad humana y sus distintos niveles a lo largo de la formación académica. Con razón se ha dicho que la Medicina es la más humana de las artes, la más artística de las ciencias y la más científica de las humanidades (Pellegrino, 1993). El cambio de paradigma acaecido en la Medicina en el paso del siglo XIX al XX y que ha sido descrito como la transición de la medicina científica a la medicina personal, denotó una insuficiencia de los saberes científicos (las ciencias duras) como única vía para la compresión de la complejidad del doblete salud-enfermedad. En palabras de quien fue uno de los mejores defensores de la Antropología médica en España, Pedro Laín, el paradigma cosmopatológico debía ser superado por otro que él acierta en calificar de antropopatológico. Él mismo aboga por fundamentar el edificio de la Medicina en unos saberes antropológicos secuenciados de la siguiente forma: Antropología filosófica de base, Antropología cultural y, finalmente, una Antropología médica. Nuestro catedrático de Historia de la medicina dedicó largo tiempo al desarrollo de una obra titulada Antropología médica para clínicos cuyo objetivo, como bien muestra el título, era aportar un saber armónico sobre la realidad del hombre que permitiera comprender de forma integral la enfermedad y la salud humanas. La propuesta lainiana, inspirada en el trabajo realizado por el médico y antropólogo alemán V. Weizsäcker y otros contemporáneos suyos, conforma lo que se denominará una medicina centrada en la persona (y no tanto en las enfermedades desligadas del sujeto que las padece). En definitiva, dicha evolución iría encaminada a la humanización de la práctica sanitaria entendida esta como el mejoramiento de la comprensión del fenómeno de la enfermedad desde una perspectiva biopsicosocial así como el mejoramiento de las relaciones entre el sanitario y el paciente.

Para Laín sería necesario que, junto con las ciencias básicas de la medicina hubiera una disciplina que las englobe y fundamente, una teoría filosófica y científica del hombre, en tanto que realidad sana, enfermable, enferma, sanable y mortal; más brevemente, una Antropología médica (Laín, 1978: 641). La cuestión no es nueva, el propio M. Scheler al reflexionar sobre la pertinencia de una Antropología filosófica, propugnaba una nueva antropología: esta antropología sería la única que podría establecer un fundamento último de orden filosófico y, al mismo tiempo, marcar objetivos seguros de investigación para todas las ciencias que se ocupan del objeto “hombre”: ciencias naturales y médicas; ciencias prehistóricas, etnológicas, históricas y sociales; psicología normal, psicología de la evolución caracterología (Scheler, 1938: 120).

Diego Gracia nos da tres razones para la vinculación entre medicina y humanidades: en primer lugar, para superar el positivismo, pues los hechos no tienen carácter definitivo, sino que requieren revisión e interpretación. En segundo lugar, la salud y la enfermedad no son meros hechos biológicos, sino acontecimientos biográficos, por lo que deben ser comprendidos desde los valores, que no son estudiados por las ciencias, sino por las humanidades. Por último, la razón que considera más importante es que, si el médico quiere ejercer de un modo adecuado su profesión, debe tener una idea cabal del ser humano. Para ello tiene que saber algo de filosofía, al menos de la parte de la filosofía que se ocupa más directamente del ser humano: la antropología (Gracia, 2003).

En definitiva, la dimensión humanizada de los estudios sanitarios podrá ser aportada por las disciplinas humanísticas, aunque, eso sí, razonablemente aplicadas al ámbito sanitario. La tradición del humanismo médico respondería a esa actitud y saber del sanador que practica y entiende la medicina atendiendo a la condición humana de sus pacientes, pero también fundamentando su práctica y teoría médica en las ciencias que, siguiendo el modelo norteamericano, denominamos humanidades médicas: la historia, la psicología, la sociología, la ética, la estética, la antropología filosófica y la antropología cultural. Es decir, desde estas disciplinas pretende comprender mejor la realidad del paciente (Laín, 1985). La adjetivación de estas disciplinas como médicas es hoy objeto de discusión porque parecería excluir a otros profesionales que se forman para atender a pacientes. Efectivamente, si trascendemos esta clásica denominación, hoy deberíamos hablar de humanidades sanitarias. Una formación cientificista termina provocando una ceguera ante ciertas porciones de la realidad. El propio Ortega señalaba el riesgo de ser gobernados por sabios-ignorantes: los especialistas. En virtud de la ciencia no somos capacitados para juzgar sensatamente otros campos de la cultura humana (Murillo, 2009: 52). Ya en 1959 Charles P. Snow, en su ensayo Las dos culturas lamentaba la incomunicación entre los investigadores de ciencias y de letras. Años después, en 1991 Brockman publica La tercera cultura. Más allá de la Revolución científica donde proponía el diseño de unas humanidades de base científica. En nuestro contexto cultural fue Laín quien apostó por ese modelo de unas humanidades aplicadas que, desafortunadamente, no han arraigado en nuestros planes universitarios donde sigue persistiendo esa dualidad absurda. El proyecto orteguiano del universitario como hombre de cultura y no mero especialista no triunfó. Así, continuamos con un escenario en el que se sigue cultivando una ciencia de hechos, puro positivismo, incapaz de responder a la cuestión de los valores y sus conflictos. Siguiendo a Murillo consideramos que solo cuando en la investigación del fenómeno humano pervive la referencia a los individuos personales, fundamento de toda cultura, unas disciplinas merecen el nombre de Humanidades (Murillo, 2009).

Ahora bien, como no podía ser de otra manera, seguimos necesitando dar respuesta a las situaciones clínicas sobre el vivir o el morir y, al sanitario, se le pide un posicionamiento, se le exige saber qué hacer ¿le habremos formado para ello? A buen seguro que una formación antropológica continuada por una ética le dejará menos desprotegido ante situaciones moralmente conflictivas en las que es de primera necesidad el saber deliberar para cuidar técnica y éticamente bien.

5. LA TÉCNICA DEL BUEN TRATO EN LOS CUIDADOS SANITARIOS

Ha sido nuestro punto de partida la consideración de que la técnica no precisa ser humanizada si no, más bien, aquel que hace uso de la técnica. El cuidado de uno mismo y del otro es también una técnica y como tal nos impone saber y saber hacer: saber cuidar implica tener conocimientos y técnica, al menos en el cuidado profesional. La calidad del cuidado y sobre todo su práctica en clave de responsabilidad exigen entrenamiento habilidades y aprendizajes permanentes (Domingo-Moratalla, 2013: p. 40). Tenemos la urgente necesidad de aprender a cuidar para ejercer un cuidado responsable (Domingo, Feito, 2013). Este será el profesional competente en el sentido amplio del término.

El vocablo «tratar»; proviene del latín tractare y, en la última edición del Diccionario de la Real Academia Española, hay varias acepciones que remiten a los significados que empleamos al utilizar esta palabra referida a nuestras relaciones con otros. Una de ellas es «comunicarse o relacionarse con alguien»; otra, «proceder con una persona de determinada manera, de obra o de palabra» y también «cuidar a alguien de determinada manera, especialmente en orden a la comida, vestido, etc.». Observemos que, en esta última acepción, ya se incluye el término cuidar, de hecho, otro de los sentidos del tratar es «aplicar los medios adecuados para curar o aliviar una enfermedad», es decir, el tratar aplicando un tratamiento ordenado al bien de algo o alguien. En definitiva, tratar es una acción que se puede realizar bien o mal desde un punto de vista ético y estético. El trato no está siempre relacionado con el cuidado en sentido estricto, sobre todo cuando hablamos del trato conforme a la primera acepción que hemos indicado, aunque, en sentido amplio, al relacionarnos con otros, lo hacemos, conforme a la prudencia, la cautela e, incluso, el buen gusto, «de forma cuidadosa».

En la bibliografía actual en relación con la humanización del trato a los pacientes, es un hecho que ese trato humanizado se refiere, en gran medida, a las actitudes que se reflejan en la comunicación con el paciente. Pedro Laín, que escribió una monografía sobre la relación médico-enfermo (en la bibliografía posterior se sustituirá enfermo por paciente), concibe que el trato humanizado al paciente, exige al médico desarrollar una técnica objetivante de la enfermedad, pero no del paciente. En este sentido desarrolla un análisis de tres aspectos relacionales: la mirada, el tacto y la palabra. Para remarcar que son técnicas, se refiere a estas habilidades como la opsitecnia, la quirotecnia y la logotecnia (Laín, 1969). El profesional competente debe saber detectar los signos de la enfermedad viendo y tocando, pero, si además queremos que el trato sea el adecuado de una relación personal, la mirada del sanitario tiene que ser de acogida y el tacto propio de quien está tocando a una persona y no un objeto. La logotecnia o arte de la comunicación clínica, incluye también esa destreza de comunicar cuidando, al mismo tiempo, los aspectos psicológicos, éticos y terapéuticos. La fundamentación teórica que desarrolla Laín debería ser materia de estudio obligada para conocer el significado de lo que hoy llamamos un cuidado integral dado que el fin del galeno, asevera nuestro médico humanista, no es solo conseguir el bien natural del paciente, es decir, el restablecimiento de su salud física, sino también procurar el bien personal. Este último es relativo a la salud biopsicosocial pero también podemos relacionarlo con el objetivo de atender a los valores personales del paciente que deben ser atendidos para el global restablecimiento de su salud.

CONCLUSIÓN

Ciencia y técnica son realidades humanas que pueden ser bien o mal utilizadas, no solo desde un plano técnico, también ético. Es concretamente desde este plano moral desde el que cobra sentido el discurso de la humanización de la tecnología. La educación es una actividad humana que responde a una técnica y en la que también están mediando artificios para mejorar sus fines. Sin embargo, no había sido frecuente escuchar la expresión humanización de la educación salvo ahora, con la irrupción de ChatGPT. Otro ejemplo que podríamos contemplar es el conflicto del uso de las tecnologías en el ámbito bancario y cómo está afectando al colectivo de las personas mayores que sufren la llamada brecha digital. El problema no es tanto la transición digital sino el no pensar en las consecuencias para quienes no están preparados para esos cambios. En el presente artículo nos hemos centrado en las tecnologías de los cuidados, pero el problema se replica en todos los sectores. ¿Somos conscientes de la necesidad de preservar los valores intrínsecos para no vulnerar al otro? ¿Están preparados los profesionales para un buen uso de la tecnología y del conocimiento desde una perspectiva ética? Los profesionales sanitarios no podrán ser buenos agentes de humanización si no se les ha preparado para ello. Afortunadamente las profesiones sanitarias tienen un fuerte componente vocacional y ello implica que se llega a la universidad con unas virtudes personales que han adquirido en sus propios procesos formativos. Ahora bien, ¿podemos fiar el buen ejercicio a esas actitudes que ya lleva consigo quien se forma como enfermera o médico? La realidad es que no. Entre otras razones porque los motivos para acceder a las carreras sanitarias, en la actualidad, no son siempre por factores vocacionales. Pero, aunque así fuera, observamos que, a lo largo de la historia, se ha dado ese riesgo de mecanización y despersonalización del trato a los enfermos tras el periodo formativo y la llegada de los egresados a los centros sanitarios Como reza el adagio médico, quien bien diagnostica, bien cura. La deshumanización de los cuidados se puede prevenir y paliar, al menos, desde una formación adecuada. El sanitario del futuro precisa de las Humanidades para tener una mente crítica ante los excesos del tecnicismo y unas actitudes éticas para bien tratar. Se hace necesario no volver a un caduco positivismo, a una razón instrumental o dominadora. Es posible educar en el respeto a la dignidad de la persona que es un fin en sí mismo y no un medio. Disciplinas como la Antropología y la Bioética ayudan a formar una mente no dogmática ante la ciencia y la técnica al tiempo que permitirán entrenar la capacidad deliberativa. En nuestras raíces culturales tenemos eminentes cultivadores de un humanismo médico que nos mostraron la necesidad de saber distinguir entre hechos y valores, entre datos empíricos, mensurables y la pregunta por los fines que persiguen nuestras acciones y nuestros medios. El pensamiento humanístico en ciencias de la salud no es un trabajo ocioso si bien, aportará unos conocimientos que no tengan una utilidad inmediata. La mentalidad del humanista en el campo de las ciencias de la salud permite conocer con mejor amplitud la realidad para diagnosticar y tratar al paciente comprendiendo su dimensión personal y contexto social. La medicina social fue decisiva para prevenir, por ejemplo, las enfermedades del trabajo, así como todas aquellas patologías que encuentran su sentido en el hecho de que el sujeto de la medicina es un ser en relación con otros y con su medio.

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1Profesor Titular. Departamento de Historia y Pensamiento. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación. Instituto de Humanidades Ángel Ayala-CEU. Universidad CEU San Pablo, Madrid. Edificio MED Despacho 203, Campus Montepríncipe, 28925 Alcorcón, Madrid.

anpime@ceu.es

https://orcid.org/0000-0002-3641-2651