SCIO: Revista de Filosofía

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Weil, S. (2022). La agonía de una civilización y otros escritos de Marsella, trad. E. Bea, C. Revilla y A. del Río, edición de C. Revilla Guzmán. Madrid: Trotta

Rocío Sánchez Ruiz1

Esta recopilación de ensayos de Simone Weil realizada por la profesora Carmen Revilla muestra cómo, en los tiempos en los que parece que ha triunfado la modernidad líquida de Zygmunt Bauman es necesaria la valentía de las almas que, a través del desapego, han de hacer un esfuerzo constante para no guiarse por los dogmas sociales contingentes de la época. En el primer bloque de la obra, Ensayos sobre la civilización occitana, realizados por encargo para la revista Cahiers du Sud, encontramos dos ensayos que ahondan en la idea del declive de la civilización occidental, como consecuencia de la caída de Occitania, y en la necesidad de buscar un punto de equilibrio entre las ideas filosóficas e históricas del pasado y las del presente.

A lo largo del primer ensayo, La agonía de una civilización vista a través de un poema épico, reivindica a través del poema épico medieval Canción de la cruzada contra los albigenses la necesidad de mirar en la actualidad hacia lo común, pues la autora consideraba que estábamos repitiendo los mismos patrones que los cátaros al reproducir una sociedad hiperindividualizada, tal y como adolecieron sus dirigentes.

Siguiendo esa línea, la autora compara diferentes poemas épicos como la Ilíada o el Cantar del Mío Cid, llegando a la conclusión de que Europa jamás recuperó el grado de libertad espiritual perdida a consecuencia de esta guerra (p. 29), pues las fuerzas vencedoras no conocieron una armonía espiritual y social comparable a la vivida en Avignon, sino que vivieron una confrontación social no pacífica, resultante de los intereses de un protomercado que se servía de los discursos de las potencias vencedoras y de las aspiraciones de la incipiente burguesía acerca de la reivindicación de derechos políticos y sociales. Es por lo anterior que, en las ideas de la autora, no podemos olvidarnos de las civilizaciones pasadas, incluidas las vencidas, pues podríamos estarnos perdiendo hechos que, si se aplicaran en el presente, podrían erradicar los dolores del alma de nuestro tiempo.

Durante el segundo ensayo, ¿En qué consiste la inspiración occitana?, Weil reflexiona acerca de por qué la civilización occitana tiene un valor fundamental para entender nuestro presente, encumbrando al catarismo por haber construido una sociedad que vivió una libertad espiritual libre de las imposiciones dogmáticas. A través del cuestionamiento de por qué observamos al pasado en vez de poner nuestra atención en el futuro, la autora cita ideas de filósofos como Platón, alegando que lo imperfecto no puede producir lo perfecto, ni lo menos bueno lo mejor (p. 39). Mientras que el futuro no existe porque es pura imaginación, el pasado nos ofrece una visión de la supervivencia, puesto que lo que pervive hasta la actualidad es eterno, mientras que lo que no lo hace no llega hasta nuestros días. Es por ello por lo que las diferentes civilizaciones han tratado de construir vínculos entre lo mundano y el mundo de las ideas de Platón, entre lo terrenal y lo espiritual. Weil llama a estos vínculos puentes, considerando que el amor cortés hacia otro ser humano fue el legado más importante de Occitania, pues en él debiera residir la voluntad común, y no en el absolutismo que se abrió paso con la Francia de Luis XIV.

Como conclusión a estas ideas, la autora considera que el humanismo estuvo completamente acertado en pensar que la libertad y la igualdad tenían un valor infinito, pero que tenía que ampliar su visión al vínculo místico de los puentes construidos por las antiguas civilizaciones, pues sin ese vínculo divino no es posible analizar lo que es perfecto y, por ende, lo mejor para la civilización occidental.

En el segundo bloque de la obra, Ensayos filosóficos, nos encontramos cinco ensayos cuya temática común es la preocupación de Weil por la necesidad de valentía en la literatura.

En el primer y segundo ensayo, Algunas reflexiones sobre la noción de valor y La Filosofía, plantea desde una perspectiva totalmente cartesiana que todo conocimiento humano es hipotético (p. 53). Este ensayo profundiza en la idea de que no somos capaces de racionalizar nuestros propios valores, pues los damos como verdades inmutables, como si siempre estuvieran ahí, dándose la paradoja de que todo conocimiento es hipotético y, por tanto, no es posible un discernimiento entre axiomas y hechos encadenados. Como respuesta la autora establece que la única cosa de la que no se puede dudar es del conocimiento de un valor, puesto que el espíritu es, esencialmente, siempre, de cualquier manera que esté dispuesto, tensión hacia un valor (p. 55), optando por el mismo razonamiento que llevó a cabo Descartes con la duda metódica, de que aunque existan múltiples sistemas de valores, hay un único espíritu que es capaz de conocer su existencia, el Je pense, donc je suis.

Como consecuencia, la respuesta que ofrece Simone Weil al problema de la duda metódica es la necesidad de tener una existencia basada en el desapego, ya que el pensamiento desapegado tiene por objeto el establecimiento de una jerarquía verdadera entre los valores (p. 57). Es por ello por lo que acorde al pensamiento filosófico de la autora, la única alternativa posible es vivir desapegado de todos los valores para poder, finalmente, llevar una vida de reflexión que nos permitan cuestionar nuestros propios “principios” o dogmas, llegando a la formulación de que los mismos no lo son, pudiendo escoger los que son más acordes a las contingencias propias del siglo XXI.

Respecto a esta argumentación, Weil aclara que entrar en contradicciones no es necesariamente antifilosófico, puesto que el fin de la filosofía no es suprimir contradicciones, ya que implicaría que toda la filosofía sería un conjunto de meras conjeturas variables, y por tanto también susceptible de ser una herramienta más para sustentar la liquidez del sistema occidental. Las contradicciones filosóficas por otro lado son una parte más amplia del pensamiento, en tanto que se tienen en mente desde incluso el principio de una formulación de una hipótesis, permitiendo contemplar diferentes posibilidades y alternativas, fomentando el propio pensamiento desapegado.

En otro orden, la autora expresa que hay dos tipos de filósofos, los que son conscientes de que caen en contradicciones, aceptándolas y siendo conscientes de que en este pensamiento desapegado se encuentra la clave para poder no caer en la problemática de los falsos dogmas y, por otra parte, los filósofos que construyen su propia representación del universo, construyendo por tanto sistemas de valores en sí mismos. Aunque reverencia a los segundos, citando a Aristóteles, Hegel o Kant, considera que de los que realmente tenemos que aprender es de los primeros, pues son los que plantean diferentes problemáticas a resolver, ya que los segundos se han esmerado en no entrar en contradicciones.

En los siguientes tres ensayos, Carta a Cahiers du sud sobre las responsabilidades de la literatura, Ensayo sobre la noción de lectura y Moral y Literatura, Weil expresa su preocupación sobre cómo la cuestión del valor, anteriormente mencionada, está afectando a los escritores y a la literatura. Realiza a su vez una crítica a las universidades, pues afirma que, debido al pensamiento imperante apegado a los valores, las universidades han llevado a cabo una sustitución de la calidad por la cantidad (p. 58), haciendo un paralelismo con la sociedad industrial, de producir cada vez más de manera ilimitada, pero perdiendo la calidad y el sentido del objeto producido. Siguiendo esa idea, establece que la literatura del siglo XX emplea fundamentalmente un lenguaje psicológico, lo cual bajo su perspectiva pervierte la función de la literatura como consecuencia de que esta disciplina no tiene en consideración factores estructurales que afectan la vida de los individuos, pues describe los estados de ánimo en un mismo plano sin discriminación de valor (p. 74).

La noción de literatura tiene un valor incalculable para Simone Weil pues es parte de la esencia de lo que es ser humano. Somos lo que leemos, puesto que las lecturas que realizamos no están desprovistas de significados, dando a entender que las lecturas en sí mismas están plagadas de significantes.

Para finalizar, la recopilación de Revilla incluye cinco compilaciones de cartas, todas escritas entre 1941 y 1943.

La primera va dedicada a Déodat Roché, profesor experto en catarismo, donde se puede apreciar la modestia y transparencia de Weil al reconocerle que, a pesar del ensayo anteriormente citado sobre la civilización occitana, realmente no sabe mucho acerca del tema, mostrando una vez más la preocupación mencionada con anterioridad de que le importan la calidad de sus obras más que la cantidad, instando al profesor a que le ilustre con sus conocimientos sobre los cátaros.

La segunda, y sin duda la más emotiva, va dirigida a un campesino anarquista español recluido en el campo de internamiento en Vernet, como consecuencia de la Guerra Civil Española y la Francia de Vichy, Antonio Atarés. A lo largo de los pasajes, conmueve ver lo mucho que se preocupa la autora por su querido amigo Antonio (p. 116), al preguntarle si necesita ropa o mantas para combatir el frío, intentando poder conseguirle un trabajo para salir del campo o la petición última a sus padres de que se puedan reunir con él, apenas un mes antes de su propia muerte. A través de un bello lenguaje, Weil alaba la capacidad de Atarés de valorar las cosas cotidianas de la vida, como el ser capaz desde el confinamiento de apreciar la belleza del paisaje de los Pirineos. Este pensamiento será retomado por los mayores maestros geógrafos de nuestro tiempo, como Eduardo Martínez de Pisón que, al hablar de las montañas, reafirman que el espíritu de la montaña inspira a los hombres en su capacidad creadora, a la par que el hombre también retorna su visión a la montaña, desarrollándose una retroalimentación entre el hombre y el paisaje. Lo que defendía Weil con sus ideas es que el paisaje y las cosas cotidianas conforman la identidad de la humanidad, a pesar de que no todos los hombres y mujeres son conscientes de ello.

Esta idea se muestra una vez más en sus cartas a Gustabe Thibon, en las que le formula su deseo de trabajar en el campo, pues, aunque reconoce que el trabajo en el campo roza la esclavitud de las fábricas, no hay una forma de trabajo que le dé la gratificación que le da su experiencia en la vendimia.

Finalmente, podemos encontrar la carta que dirige al filósofo Jean Wahl, caracterizada por el cambio de domicilio, ya que la autora ya no escribe desde Marsella, sino desde Estados Unidos. En sus palabras se plasma su crítica al nazismo y a la Francia de Vichy, no obstante, entiende que no puede juzgar con su mirada a las personas que se encuentran en esta situación simplemente porque deberían revelarse ante las injusticias y no lo están haciendo, sino que una vez más apela a la responsabilidad común francesa, a un pueblo que de forma colectiva ha aceptado el gobierno títere de Pétain. De esta manera, una vez más la autora no critica las decisiones individuales, sino la responsabilidad colectiva en las problemáticas sociales de nuestro tiempo.

1 Investigadora en Formación en el Departamento de Ciencia Política y de la Administración. Universidad Complutense de Madrid. rocsan04@ucm.es