SCIO: Revista de Filosofía

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Johnson, L. S. M. and Rommelfanger, K. S. (Eds.). (2018). The Routledge Handbook of Neuroethics. New York: Routledge.

Ginés Marco Perlesa


a Facultad de Filosofía, Letras y Humanidades de la Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir.

E-mail: gines.marco@ucv.es

El hombre es un ser misterioso para sí mismo. En su propia existencia, experimenta la unidad y la continuidad de su vida y, al mismo tiempo, la complejidad e incluso la disgregación de su interioridad. Se nos hace difícil comprender y explicar nuestra peculiar identidad y la articulación de todos los elementos que nos permiten pensar, desear y actuar. De alguna manera, se reproduce y agudiza en la esfera de lo humano la cuestión fundamental de entender lo uno y lo múltiple en el mundo que nos rodea. Por este motivo, las grandes interpretaciones sobre el cosmos y sobre el hombre se han debatido siempre en intentar explicar lo permanente y lo mudable. En último término, tales interpretaciones se condensan en tres: el monismo, que reduce todo a pura materia o a puro espíritu; el dualismo, que separa lo material y lo espiritual; y la visión sintética dual de espíritu y materia en una unidad a la vez constitutiva y dinámica.

En tiempos recientes, la progresiva estratificación de las visiones sobre el hombre (de signo monista o dualista) ha conducido a la desintegración de sus elementos constitutivos y a la disolución de la unidad del sujeto. A partir del período de entreguerras del siglo xx, la consideración unitaria del ser humano entra en una profunda crisis –situación, por lo demás, ya comenzada mucho antes en la Modernidad– y surgen perspectivas programáticamente sectoriales, sobre todo con el estructuralismo. Este problema había sido ya denunciado por los iniciadores de la antropología filosófica (Scheler, Gehlen, Plessner, etc.) y personalista; pero hacia el final del siglo xx la situación se hace particularmente aguda con la aparición del postestructuralismo y, en general, con un amplio sector de la posmodernidad que proclama abiertamente la “muerte del hombre” (Foucault), la “muerte del sujeto” (Derrida, Deleuze) o “la muerte del autor” (Barthes). Estas circunstancias han conducido a la demanda de un enfoque más amplio y holístico, capaz de poner en relación las diferentes dimensiones del ser humano –cuerpo y espíritu, inteligencia y voluntad, emociones y decisiones, etc.– y su relación con el ambiente.

Por otra parte, el pensamiento científico experimental ha tenido un enorme desarrollo en el último siglo, debido principalmente a la certeza de su método y a su capacidad de aplicación tecnológica. El modelo por excelencia del saber moderno es por ello la ciencia experimental aplicada. Sin embargo, esta perspectiva comporta necesariamente una consideración sectorial de los problemas, al punto que se hace más eficaz cuanto más particular y restringido sea su estudio. Tal enfoque encuentra serios límites cuando se refiere específicamente al caso del ser humano. Se hace especialmente problemática la consideración de los aspectos más biológicos de su comportamiento –en particular en lo relativo al funcionamiento del sistema nervioso– en conexión con aquellos que consideramos más humanos. De esta conexión se han ocupado, de un modo u otro, ciencias como la psicología o la psiquiatría, pero ha sido enfocada frecuentemente de forma reductiva o unilateral. También aquí se verifica una demanda de una perspectiva más amplia y global.

El impresionante avance de la neurociencia en las últimas décadas se ha debido en gran medida al acierto metodológico de abordar el estudio del sistema nervioso de un modo interdisciplinar, es decir, a través de diferentes ciencias experimentales. De esta manera, la neurociencia ha cuestionado de facto la idea moderna de saber científico, precisamente por su articulación unitaria de varias perspectivas. Sin embargo, fruto de este éxito de aproximación metodológica y de los recientes progresos tecnológicos, la neurociencia se ha ido planteando cuestiones cada vez más nucleares acerca de qué y quién es el hombre. En consecuencia, esta ciencia experimental se está viendo abocada a retomar el diálogo interdisciplinar a un nivel más profundo, a saber, con las ciencias no experimentales.

Ahora bien, en el diálogo de la neurociencia con otros saberes no experimentales, se hace necesario establecer un marco conceptual filosófico que permita interpretar adecuadamente las funciones del sistema nervioso y su relación con el comportamiento humano.

En este escenario, emerge con fuerza el libro editado por L. Syd M. Johnson y Karen S. Rommelfanger –la primera, profesora de Filosofía y Bioética en los departamentos de Humanidades y de Kinesiología y Fisiología Integral en la Universidad Tecnológica de Michigan; y la segunda, profesora en el departamento de Neurología, Psiquiatría y Ciencias del Comportamiento, adscrito al Programa Manager en Neuroética en la Universidad de Emory, con sede en Atlanta–.

En efecto, partiendo del inusitado protagonismo que jalona la investigación neurocientífica en todo el mundo, este Manual de Neuroética –editado por Routledge y en el que participan hasta un total de 61 autores– refleja la importancia y la influencia crecientes de este campo de conocimiento emergente. Junto a esto surge una mayor preocupación por que la ciencia experimental pueda tomar la delantera en lo que atañe a nuestra capacidad para contemplar, predecir y gestionar la integración de la ética en la investigación neurocientífica. En ese contexto, el campo de la neuroética se erige como un intérprete y una guía para los espinosos problemas sociales, legales y éticos que surgirán a medida que integremos las neurotecnologías –que avanzan rápidamente– y los hallazgos neurocientíficos en nuestra vida diaria.

La neuroética, en definitiva, involucra e invita al diálogo sereno e interdisciplinar acerca de tópicos que se hallan en la intersección de la neurociencia, el derecho, la política, la religión, la sociedad y la ética. El advenimiento de la neurociencia como una disciplina distintiva es evidenciada por la aparición en años recientes de fascículos monográficos dedicados a esta disciplina, así como por los numerosos suplementos contenidos en medios de comunicación con pretensiones eminentemente divulgativas que le concederían grandes alardes tipográficos.

Este Manual de Neuroética –que tiene el propósito de integrar los estudios, tantas veces fragmentados, de neurología y sociedad– contiene cuatro partes. Los capítulos introductorios se detienen en la historia y en la evolución de la neuroética, así como en el advenimiento de las nuevas neurodisciplinas. Las partes II y III toman en consideración la ya clásica articulación de la neuroética ofrecida por Adina Roskies en su artículo seminal de 2002, y se ocupa de las dos vertientes en las que se subdivide la neuroética: la ética de la neurociencia y la neurociencia de la ética. El manual concluye asimismo con la parte IV, que explora las ideas emergentes que se están expandiendo en el marco conceptual de la neuroética.

Ahora bien, más allá de estas subdivisiones, este Manual de Neuroética está en condiciones de lograr el objetivo, particularmente significativo, de ofrecer al lector una aproximación exhaustiva acerca de cómo las ciencias neurológicas están siendo invocadas y empleadas al servicio de la aproximación, comprensión y revigorización de las cuestiones filosóficas tradicionales. Y todo ello tomando en consideración aquellas cuestiones que –con la creciente influencia de la neurociencia– están siendo repensadas desde parcelas de ámbito clínico. Por último, aunque no por ello menos importante, este manual aborda cómo la investigación contemporánea en neurociencia está en disposición de generar un profundo impacto en nuestra comprensión de temas de sustrato tan filosófico como son la naturaleza humana, las relaciones interpersonales y el propio florecimiento humano.