SCIO: Revista de Filosofía

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López Cambronero, M. (2019). La edad virtual. Madrid: Encuentro.

Alfredo Esteve Martína


a Facultad de Filosofía, Letras y Humanidades. Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir.

E-mail: alfredo.esteve@ucv.es

Una preocupación constante en los intelectuales de cualquier época es pensar la actualidad de su tiempo, intentando comprender los hilos que mueven su mundo, identificar los motivos reales que guían a los grupos sociales y a las personas, los cuales a menudo pasan inadvertidos, sobre todo en nuestra época, inmersos en un día a día caracterizado cada vez más por el apresuramiento y la dispersión. Este texto es una clara muestra de este esfuerzo, aunque –a mi modo de ver– con una novedad que le hace especialmente interesante, a saber: su pretensión de ir más allá de los discursos habitualmente reconocibles en el imaginario colectivo para, sin prescindir del todo de ellos, explorar ese entramado imperceptible de nexos y consecuencias en torno a los cuales va cobrando forma nuestro tejido social; el tejido de una sociedad que vive en la época que nuestro autor denomina edad virtual y que da nombre al libro.

En su opinión, el origen de las peculiaridades de la sociedad de la edad virtual hay que buscarlo no tanto en la revolución tecnológico-digital de estas últimas décadas como en ciertos procesos de carácter urbano que comenzaron a tener lugar a partir de las primeras décadas del siglo xx, y que propiciaron vivencias radicalmente diversas del espacio y del tiempo, en tanto que configuradoras de nuestras vidas en su dimensión personal y social, modificando sustancialmente nuestra propia autocomprensión, así como la de una sociedad globalizada que compartimos cada vez a mayor escala. A causa de estos cambios, y de sus repercusiones en nuestras costumbres y mentalidades, la revolución tecnológica fue dichosamente acogida, amplificando sus efectos compartidos. Este es el esquema que sigue Marcelo López Cambronero, en virtud del cual divide el libro en tres partes: la primera dedicada al espacio, la segunda al tiempo y la última al sentido. Es decir, cómo las configuraciones urbanas y sus procesos de cambio afectan a la sociedad y a su experiencia vital, todo lo cual revierte en su autocomprensión y horizontes de sentido.

El libro comienza con una serie de relatos que no pueden menos que llamar la atención. Con una escritura resuelta y un discurso agradable, López Cambronero nos introduce en los procesos configuradores de las nuevas fisonomías urbanas, la gentrificación y la turistificación, mediante un relato sorprendente, como es el del asesinato de Bruce Bailey, un desconocido para la mayoría de nosotros que tuvo la valentía de enfrentarse a los intereses especuladores de colectivos que no dudaban en situarse al margen de la ley para conseguir sus intereses, como comprobó el propio Bailey con su vida al defender los intereses de los habitantes de Harlem. Aunque no hay que pensar que la causa de estos procesos reconfiguradores fuera únicamente lucrativa, sino que esta se entremezclaba con aspectos también sociales y de interés general, asociados a necesidades urbanos en entornos universitarios o a las nuevas tendencias del turismo globalizado.

Tanto con la gentrificación como con la turistificación se sentaron las bases para un cambio radical en las costumbres y necesidades de los ciudadanos: “la gentrificación rompe las comunidades y obliga a los vecinos a buscar otro lugar en el que reiniciar su vida, mientras que la turistificación, siguiendo la metáfora de MacLuhan, supone una enfermedad nerviosa permanente y de la que cada vez resulta más complicado escapar” (p. 67); porque la ciudad también forma parte de nosotros, y sus cambios suponen mutaciones en nuestra personalidad, transfigurando referentes fundamentales en las biografías. Las ciudades no son meros espacios abstractos y asépticos en los que vivimos, sino lugares que se habitan vinculados a experiencias entretejidas con las relaciones, tanto entre las personas como entre estas y precisamente dichos espacios.

De ahí que, inevitablemente, los cambios urbanos propicien cambios en las costumbres, cada vez más alejadas del ideal de vida establecido por el American Way of Life de los años cincuenta. Para las generaciones sucesivas, y de un modo cada vez más perentorio, estar en un sitio suponía una atadura insoportable, una sensación de asfixia de la que era necesario desanclarse para, desde la liberación, perseguir nuevos sueños, accesos a mundos desconocidos, aventuras por vivir a menudo facilitadas por los estupefacientes (ejemplificado en una generación beat precursora de los movimientos del 68), en las que las relaciones con el espacio y con el tiempo aparecen definitivamente transformadas, sin las rémoras de cualquier vínculo que traspase la frontera de lo efímero. El resultado fue un cambio de la perspectiva de lo deseable, de los esquemas de nuestros anhelos, con lo que supone de transformación esencial. “La vida normal, la habitual, la que la sociedad prescribe como apetecible o incluso como inevitable, no es suficiente y, de hecho, si fuese la única vida, no se podría soportar” (p. 110).

En opinión del autor hay que situar aquí el origen de nuestra sociedad, la cual no es tanto consecuencia de los avances que se han ido sucediendo, sobre todo desde la segunda mitad del siglo xx (tecnologización de la industria, globalización económica, mundo virtual, etc.), como de todos estos cambios previos y sutiles, de la génesis de unas costumbres sociales y expectativas de sentido que ya no respondían al patrón tradicional y que, a la postre, posibilitarían la aparición de un nuevo modo de vida: el de la edad virtual.

Sin embargo, se plantea un problema de base de difícil solución. Estamos sin duda inmersos en un período revolucionario de cambio cristalizado en una tensión inestable entre dos polos, a saber: entre nuestra necesidad de establecer lazos significativos de confianza en los distintos ámbitos de nuestras vidas (sociales, laborales, familiares, personales) y la necesidad de vivir experiencias en las que proyectamos cómo desearíamos vivir, intentando apurar una vida para la que la tradición de nuestros padres y abuelos se torna inoperativa, aventureros en pos de horizontes en los que lo efímero y lo eterno se encuentran. ¿Cómo conjugar estas fuerzas contrapuestas, la que anhela todas las vidas posibles en un entorno de gratificación turística de la vida y la que solicita una estabilidad fundamentada en relaciones estables y de confianza? “¿Por qué huimos de cualquier estado de cosas demasiado estable y nos embarcamos en la búsqueda de centenares de vidas posibles?” (p. 79).

Extraños ya a los grandes relatos, no deja, en el fondo, de ponerse en entredicho nuestra ansiada libertad. Más preocupados en aprovechar al máximo las nuevas posibilidades, tanto laborales como sobre todo de ocio, hemos caído en los brazos del neocapitalismo, el gran triunfador –a la postre– de la revolución del 68, aliado inesperado de la socialdemocracia. El neocapitalismo ha sabido aprovechar como nadie el desplazamiento del hombre trabajador al hombre consumidor, anhelante de su bienestar: perfectamente adaptado a las nuevas psicologías que rehúyen la tradición y el compromiso (sea del tipo que sea), ofrece experiencias de todo tipo para ir salvando la cotidianeidad de unas vidas cuyas identidades van siendo sustituidas, en un nivel cada vez más elevado, por el deslumbramiento de las ofertas acompañadas de luces de neón.

El neocapitalismo ha sabido responder al cambio de mentalidad que describimos consiguiendo que los productos y los servicios que nos ofrece aparezcan ante nosotros como las puertas de entrada a experiencias significativas, de las que podremos alejarnos en cuanto nos parezca oportuno simplemente con dirigir nuestro consumo hacia otros objetos. De esta manera, nuestra identidad se diluye en las aparentemente infinitas propuestas del mercado. El ocio queda así atrapado en las dinámicas del capitalismo, que desea transformarlo completamente en consumo y apropiarse también del tiempo de la vida que no empleamos en trabajar (p. 144).

El gran éxito de este marco económico, con ecos culturales y políticos, es que ha conseguido que le regalemos no solo nuestro tiempo laboral (gran crítica de Marx), sino sobre todo nuestro tiempo personal, el cual queda convertido, frente a la ausencia de relaciones significativas y estables, en consumo incesante de experiencias gratificantes y pasajeras. Como muy significativamente dice el autor, el actual sistema económico se ha convertido en un paliativo de la melancolía, que, inevitablemente, subyace en el fondo de una sociedad en la que sus miembros consumen todo tipo de sustancias, bien legales para superar sus desequilibrios afectivos y conductuales bajo prescripción médica, bien ilegales para evadirse de una realidad que se les impone y a la que no saben hacer frente, abocando incluso al suicidio en una preocupante cada vez mayor proporción.

El trabajo se ha sustituido ya no por el ocio, sino por el consumo, un ocio sobredimensionado que alimenta cada vez más abiertamente las estructuras económicas que nos sobrevuelan, y a las que gustosamente nos entregamos porque, en definitiva, si ofrece momentos de evasión y disfrute…, ¿por qué no?, ¿en qué mejor alternativa podríamos pensar? Todo ello queda potenciado por el auge de un mundo virtual que difumina la realidad, independientemente de que, al final, esta acabe imponiéndose, lo que ha generado no pocas decepciones y traumas, de los cuales somos a la vez responsables y víctimas. Se perfila así una tesis importante: los avances tecnológicos no son tanto causa como “consecuencia de una revolución en la autoconciencia que ha acaecido en nuestras sociedades” (p. 127), en la que las relaciones humanas se reducen y debilitan vinculadas únicamente por la fragilidad de un aturdido clic. ¿Qué está fallando para que en una sociedad que pone de todo a nuestra disposición aumente exponencialmente el uso de fármacos, el número de depresiones (principal causa de discapacidad en el mundo según la OMS) y de suicidios? “¿Por qué nos cuesta tanto hacer frente a la vida?” (p. 113).

Pues bien, a esta reflexión es a la que nos invita el autor del libro, a una toma de consciencia de cómo somos y por qué somos como somos, de comprender los hilos que, en el fondo, mueven nuestras vidas, quizá no tan originales y libres como nos gustaría. A través de la lectura de este texto reflexionado, documentado y de agradable lectura, Marcelo López Cambronero nos lanza el reto de cuestionarnos si todos estos cambios, todos estas transformaciones que ponen en juego nuestra propia comprensión, y el lugar que los otros ocupan en nuestras vidas, son deseables o no; y si la respuesta es negativa, cuestionarnos de qué modo podemos influir en el desarrollo cultural, económico y tecnológico que nos rodea para modificarlo en beneficio de nuestras vidas y de nuestra propia humanidad.