SCIO: Revista de Filosofía

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Lassalle, J. M. (2019). Ciberleviatán. Barcelona: Arpa.

José Luis García Martíneza


a Universidad Cardenal Herrera-CEU.

E-mail: jose.garciamartinez@uchceu.es

En 2019, entre las empresas más cotizadas del mundo, cinco eran tecnológicas. En diciembre de 2020, ya eran siete. Encabeza la lista Apple, y le siguen en este orden: Aramco, Microsoft y Amazon. En el quinto y sexto lugar tenemos la matriz de Google, Alphabet, y la debatida Facebook. Aramco comercializa petróleo y gas. ¿Qué posee Google para que su valor se aproxime al billón de dólares? José María Lassalle contesta: “La política y la economía del siglo xxi son ya un producto de los datos. […] Contornos que debilitan la libertad y la capacidad de decisión de los seres humanos debido a una reconfiguración del poder que anuncia la aparición del Ciberleviatán que trataré de describir a lo largo de estas páginas”. Entender cómo una empresa que no produce bienes, al menos como los entendemos habitualmente, tiene ese apoyo de los mercados es clave, al igual que el impacto que esas empresas tecnológicas tienen en la política.

Este es el objetivo que se plantea José María Lassalle en su libro Ciberleviatán, publicado por Arpa y Alfil Editores. El subtítulo del libro avisa sobre un futuro indeseable: “El colapso de la democracia liberal frente a la revolución digital”. Se trata de un enunciado lo suficientemente grave para que tengamos que atender al contenido del libro. El libro es claro, pero no simple. Cada página supone organizar multitud de información obtenida y filtrada a lo largo de una vida, articulada desde lo académico, pero con periodos de responsabilidad política, siendo secretario de Estado de Cultura en 2011 y de Agenda Digital en 2016, hasta que en 2018 abandonara la política. A lo largo del libro se hace una aproximación a la revolución digital, desde diversas perspectivas, señalando y alertando de las consecuencias que se derivan de esta, y proponiendo vías de resistencia y de solución. La bibliografía del libro es suficiente; desde una sensata tradición británica el autor prefiere que la cita no sea un trabajo de erudición para avasallar al lector, citando cuando es estrictamente necesario y parafraseando a los autores de forma didáctica. Con relación a la redacción, he echado en falta algún signo de puntuación, que organizara la información contenida en algunas oraciones, en ocasiones demasiado extensas.

Ha sido a lo largo de nuestra historia como hemos llegado a entender que “la democracia y el mercado eran los diseños institucionales que mejor procesaban la complejidad de los datos relacionados con la gestión del poder y la economía”, y el convencimiento en ello es uno de los grandes logros del liberalismo, señala Lassalle. Quizá, en la actualidad y en el desarrollo de la revolución digital, el nuevo Homo digitalis haya olvidado algunos caminos que nos han llevado a los periodos de mayor prosperidad en la historia de la humanidad, en los que el liberalismo y sus defensores han cumplido un papel indiscutible. Una humanidad desnortada que da muestras de su debilidad más radical: “la que produce el miedo a decidir sin capacidad para discriminar entre tanta información como la que aparentemente le asiste”. Una de las opciones que se plantea la humanidad es ceder la elección y gestión de la información a los aparatos inteligentes, presentados como asistentes personales. De alguna forma, supone asumir que los seres humanos hemos de ser tutorizados por alguien que participe de esas herramientas: el Ciberleviatán.

El autor señala cómo la humanidad ha sido seducida por la posibilidad de que inteligencias artificiales la ayuden a decidir. En los supermercados los productos están colocados de forma interesada, para que compremos lo que interesa; de la misma forma, las ayudas de buscadores y recursos, que se ofrecen por la red, esconden estrategias de extracción de información y de condicionamientos decisionales. Sumemos a ello el aislamiento autoimpuesto por aquellos a los que les molesta cualquier acción externa que focalice su atención más allá de las pantallas, espacios en los que surgen las críticas más persuasivas para ver más allá. De alguna forma, emerge el nuevo fenotipo de Homo digitalis, un ser humano que ha perdido el monopolio de la interpretación del mundo, y ha sido seducido para desechar su corporeidad, creyendo que puede superar los límites corporales a través del universo digital, de la utopía virtual. El movimiento transhumanista es una buena muestra de ello, como bien ha mostrado Antonio Diéguez. Frente a la posibilidad de eliminar el cuerpo, Lassalle hará un alegato plausible y seductor, en el que el cuerpo recobra el vitalismo como agente histórico y se resiste a su desaparición, reivindicando su importancia dentro de la identidad personal, diferente y más rica que la identidad digital.

Luciano Floridi ha sabido evidenciar el proceso de descentramiento humano. Dejamos de ser el centro del universo con Copérnico, dejamos de ser el centro de la creación con Darwin, y hemos dejado de conocernos a nosotros mismos con Freud. De esta forma, la aceleración y la intensificación de la revolución digital han surgido en un momento de bajo humanismo. La tecnología ha dejado de ser un servicio, un instrumento que sirve a la humanidad, para volverse inmersiva en la experiencia de lo humano. El ser humano es guiado por el poder algorítmico, y ha quedado marginada toda experiencia alejada de lo digital, hasta llegar a lo que el autor llama “despotismo algorítmico”. El ser humano ve reducida su capacidad para elegir, incapaz de distinguir lo privado de lo público: todo se confunde en lo digital. Toda esta confusión manifiesta una pérdida en la autonomía que provoca una vuelta a una infancia posmoderna, con repercusiones políticas evidentes cimentadas desde la dependencia tecnológica que hemos aceptado.

Quizá, conforme señala el autor, nos dirijamos a una “libertad asistida”, puesto que el ser humano ha de contrarrestar su nueva y apropiada falta de madurez con alguna ayuda. Necesitaremos del internet de las cosas para protegernos de nuestra infantilización, y una vez asumida la asistencia difícilmente podremos volver a nuestra antigua libertad, en la que nuestra vida individual y colectiva no era monitorizada en tiempo real. Tiempos en los que no éramos controlados y vigilados a cambio de un confort y seguridad tecnológicos: por “el simulacro de haber alcanzado una libertad perfecta al estar tecnológicamente asistida”. La historia nos ha mostrado suficientes veces los desvaríos cada vez que hemos intentado acceder a la perfección.

El tecnopoder que obtienen los algoritmos “socava los fundamentos de la equidad de la democracia liberal”, al derrumbar sus principios y la libertad de los ciudadanos “sin debate público ni legalidad”. Se ha pasado de un capitalismo de producción a un capitalismo cognitivo, que se inició extrayendo datos, posteriormente analizándolos con capacidad predictiva para, finalmente, estudiarlos con una finalidad prescriptiva, de llevarnos hacia donde decidan. Pensemos en quiénes son los que deciden los lugares a los que nos conducen los algoritmos; hoy en día no son los defensores de la plena autonomía de los ciudadanos que luchan para conseguir una sociedad civil fuerte. Sin embargo, los algoritmos ya son “la voz de mando que está haciendo posible el triunfo de la razón calculadora y la voluntad planificadora y determinista que neutraliza los fundamentos de la democracia liberal”.

Para Lassalle, la revolución digital mina los principios de una ciudadanía responsable, y abre el camino hacia formas de concentración de información, conducentes a un despotismo algorítmico, que canalizará las decisiones humanas hacia la aclamación (ecos de Carl Schmitt) de un poder irreversible que ofrezca orden y seguridad. Poco importa el foro público y la política (al menos en su sentido más noble) al usuario de internet, que vive en un solipsismo virtual en el que cree experimental el mejor de los mundos posibles. Un mundo de entretenimiento en el que pensar libremente es cada vez más costoso.

Lassalle avisa que el camino hacia el sometimiento digital se allanará sin violencia. Especialmente evocadora es la propuesta sobre la renta básica universal que defienden los gigantes tecnológicos. El Ciberleviatán va tomando posiciones frente a la crisis de la democracia liberal, que no está respondiendo de manera adecuada. El último capítulo del libro es una reivindicación humanista, que apela a la capacidad crítica de la inteligencia humana. Acompaña un recetario para conseguir emprender este desafío.

En conclusión, nos encontramos ante un ensayo escrito por alguien que ha enfrentado, en el periodo en el que se dedicó a la política, la mayoría de los desafíos que enuncia desde el poder político para controlar los gigantes tecnológicos. Cierto pesimismo e impotencia en ese periodo se manifiestan en este libro, un libro justificado desde una tradición liberal, bien desarrollada por el autor dentro de una cultura filosófica, la española y continental, que se ha mostrado displicente en ocasiones con la filosofía británica, demasiado centrada en el día a día de las personas y huidiza con los que han sido los grandes topos filosóficos continentales. El texto es un evocador relato que conduce al desastre, al Ciberleviatán. Los motivos para ello están suficientemente justificados, aunque alberga una esperanza: el humanismo tecnológico. Lo que nos estamos jugando requiere que la alarma sea tenida en cuenta, nos estamos jugando la forma en la que nos hacemos cargo de lo que nos rodea: nos estamos jugando la realidad.